El Loco de la salina

La mascarilla

Aquí al manicomio han traído un montón porque dicen que si cogemos el virus es ya lo que nos faltaba.

Publicado: 01/06/2020 ·
01:29
· Actualizado: 01/06/2020 · 01:29
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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La palabra mascarilla no significa que sea una cosa tirando a cara, aunque algunos se hayan puesto las botas vendiéndola a manojitos, ni tampoco quiere decir que alguno tenga mucha cara o carilla, que por supuesto, sino que es ese objeto con el que nos han timado los chinos una y otra vez por activa y por pasiva. Ella, por sus méritos propios y adquiridos, se ha convertido de golpe y porrazo en nuestra forzosa compañera a lo largo de esta interminable pandemia. Con calor y sin calor, con levante y con poniente, por las buenas y por las malas, en talleres y en las casas... Las hay de todas las clases y colores, de todos los tamaños y de todos los materiales. Todo el mundo se ha vuelto majara fabricando mascarillas de todos los modelos posibles y de todas las calidades habidas y por haber. Se han hecho verdaderas obras de arte y auténticas porquerías, pero ha sido tal la cantidad de mascarillas que se ha fabricado, que el papel higiénico está celoso y se sube por las paredes.

Aquí al manicomio han traído un montón porque dicen que si cogemos el virus es ya lo que nos faltaba. Los locos no nos quitamos la mascarilla ni para decir pamplinas, porque la cosa está que arde y aquí no se fía uno ni del que dice que es más santo que el Papa. Sin embargo, el problema que estamos notando es que se nos están quedando las orejas algo así como desabrochadas de tanto aguantar la gomilla. Y encima parece como si el levante se hubiera propuesto acabar con nuestra paciencia y raro es el que no se queja del calvario que supone el artefacto. En el manicomio tenemos la orden de no quitarnos la mascarilla ni para dormir, y con el tiempo, aparte de tener las orejillas bastante coloradas, resulta que incluso nos duelen lo que nadie imaginarse puede. Y encima no podemos respirar aire puro. Cuando acabe la pandemia nos van a tener que poner otra vez las orejas a sus sitio.

Además, nos hemos enterado de que a finales de este mes de junio, el día 27, se celebra una fecha dedicada al Día Mundial de las gafas y lo que se quiere es rendir un homenaje a todos aquellos que han llevado o llevan gafas por problemas de visión. Hemos leído en la biblioteca del manicomio que las gafas no son cosa de hace cuatro días, sino que se remontan a Egipto, porque ya en los jeroglíficos del siglo V antes de Cristo se pueden ver representaciones de lentes simples de vidrio. Sin embargo por lo visto desaparecieron, porque, mira que han hecho películas de romanos, pues en ninguna he visto a Espartaco con gafas. Por supuesto tampoco llevaban mascarillas, porque, encima de que les tiraban aceite hirviendo, llevar una mascarilla hubiera sido algo muy fastidioso.

Y, dicho esto, digo yo que, si se celebra el Día Mundial de las gafas, ¿por qué no se va pensando ya en dedicar un Día Mundial también a las mascarillas? Se lo merecen. Eso de llevar colgada en la cara esta pequeña sábana está haciendo que ya empecemos a plantearnos la necesidad de inventar un tipo de mascarilla que no necesite de orejas ni de nada para sujetarse al careto. Dicen que los japoneses están en ello, pero que tardarán. Y la vacuna sin salir y que también tardará. Y las alarmas cada vez más grandes. Y los políticos discutiendo todo el día a ver quién es el más guapo. Y yo aquí encerrado. Y ellos fuera.

 

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