CinemaScope

La línea invisible: una ficción atrapada en lo real

Mariano Barroso dirige esta muy interesante y, a ratos brillante, aproximación a los orígenes de la banda terrorista ETA

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Mariano Barroso vuelve a la dirección de una miniserie para Movistar tras el excelente resultado de El día de mañana, con la que adaptaba la novela de Martínez de Pisón. En este ocasión, dobla la apuesta: La línea invisible relata los orígenes de ETA desde un punto de vista que, a priori, puede parecer aséptico, pero que, a medida que avanza el relato, constituye una muy interesante -y a ratos brillante- aproximación al contexto histórico y social, al drama y al derramamiento de sangre inocente en que degeneraron las ínfulas patrióticas de los primeros seguidores de la organización.

De hecho, la serie parte con una advertencia: es una ficción a partir de hechos y personajes reales, aunque una ficción atrapada en una realidad concreta y, por supuesto, en una memoria concreta, la nuestra. Y sin embargo, esa capacidad de ficción que se otorgan los creadores de la serie es la que enriquece el trabajo en su conjunto, el que le permite indagar en las motivaciones, en las frustraciones y en las aspiraciones de sus protagonistas, todos, desde los integrantes de la banda, hasta el jefe de la brigada policial, pasando por la vida del primer agente de la Guardia Civil asesinado por ETA o la madre y el hermano de Txabi Etxebarrieta. Es ahí cuando la serie se hace grande, cuando, a partir de la ficción -y de la mano de un excelente reparto-, muestra sus auténticas credenciales, cuando se toma su tiempo para describir el fugaz noviazgo del agente, o para mostrar a la madre del asesino ofreciendo su pésame a quien cree que es la madre del asesinado, o incidir en la guerra interna, intelectual y moral, del propio líder de la banda antes de apretar el gatillo por primera vez.

Barroso, es cierto, opta por tomar distancia en lo que narra, sin caer en los tópicos, interesado en atestiguar la crudeza de los largos años de dictadura, la represión, las rebeliones obreras, los aires de revolución que llegaban desde fuera, el amparo que encontraron los jóvenes etarras entre los jesuitas, la incertidumbre policial..., pero no como justificación, sino como sumandos del fatídico resultado que supuso atravesar esa línea invisible que condenó a nuestro país a varias décadas de plomo, sangre y terror, y al luto por tantas vidas arrancadas.

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