El chino Chang vecino de Málaga desde las inundaciones del 89, en una conversación barrabar de hace tres semanas, me explicaba que en España pretendemos tener una ley a la medida de cada persona. Dando a entender que aquí todo quisqui va a su exclusiva bola. Una bola que se desparrama como el coronavirus, alias covid19, bicho de poco fiar, que, para colmo, tiene un nombre que suena a una convención de bodegueros o sumilleres calvos. Vivimos en democracia. Las normas son buenas incluso para cumplirlas. Con una economía tan dependiente del sector servicios, tenemos la responsabilidad individual de ponérselo difícil a la propagación de esta pandemia. Los eventos, congresos y hasta el festival de cine se aplaza. Respecto a la semana santa, mejor rezar en la intimidad. Son decisiones tomadas por expertos. Lo que venga después entreverado con ruina es pura futurología. Ahora tenemos que enfocarnos. De la misma forma que hemos salido de otras crisis, es hora de pelear contra la miasma y seguir a pies juntillas las indicaciones que nos dan. Uno de nuestros defectos probados es la solidaridad, y dominamos el arte de las quijotadas imposibles, que para asombro del mundo se nos dan muy bien. O sea que ánimo, hacer caso a las autoridades sanitarias y esperar que amaine. No es un cuento chino, se trata de su salud y la de todos, hasta la de los sumilleres calvos.
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