Vivimos azorados en el milenarismo.El mundo parece acabarse, de hacer caso a los profetas de la catástrofe que, en este caso, cabalga sobre el dragón encendido que alguien bautizó cómicamente como COVIP19, a pesar de la mala leche que se gasta la criatura. Desayunamos, almorzamos y cenamos con el coronavirus de marras, sufriendo la incongruencia de unas autoridades que, al tiempo que nos dicen que no nos preocupemos, envían al ejército a encapsular y aislar pueblos, hoteles y cruceros, lo que agrava la alarma.
En fin, sea lo que sea, ya nos enteraremos. Pero mientras, nos hemos distraído de cualquier otra preocupación. Y mala cosa esa. Escribo el prólogo del último libro del maestro de periodistas, Fernando Jáuregui, que pronto publicaremos en Almuzara, y la realidad política, más mutante aún que el coronavirus, se desvela para permitirme advertir la ruptura que denuncia. “La ruptura”, se titula el libro porque ruptura, exactamente eso, es lo que quiebra la España democrática que hasta ahora hemos conocido.
Vivimos en el desconcierto. Por eso, precisamos de voces serenas que, desde su experiencia, nos ayuden a discernir y desovillar la madeja de confusión que nos atrapa traicionera. La España del 78 se rompe - la rompen - y, nosotros, sin enterarnos. Pero Fernando Jáuregui, que sí se enteró, quiere contárnoslo como sólo un buen periodista sabe hacerlo. Para comprender el presente, debemos remontarnos al pasado que hasta aquí nos transportó, porque todo río bebe de sus fuentes y todo efecto de sus causas. Nacionalidades, autonomías y declaraciones unilaterales de independencia arrancan desde un título de la constitución tan bienintencionado como inocente. No nos hizo más iguales, abrió la espita a la desigualdad y a la deslealtad ventajista de quienes lo usaron para romper la unidad y solidaridad que nos hace mejores.
Pero quiero escribir de Fernando Jáuregui, periodista de raza, incansable, incombustible, continúa asistiendo a los Plenos del Congreso a la búsqueda de la noticia, de la información, del soplo oportuno de sus fuentes, del susurro oculto de las gargantas profundas. Pero, sobre todo, persigue saber. Logra mantenerse como espectador privilegiado de todo lo que acontece, para poder extraer así sus propias conclusiones.
Es amado y odiado, ya que, como él mismo insiste, noticia sólo es aquello que alguien no quiere que se sepa. Fernando lleva décadas desvelando los secretos del poder y lo que gana en admiración y respeto lo soporta en despechos y resabios. Porque el periodismo no nació para alabar al poderoso sino para denunciar sus desmanes y desvaríos. Quizás, por eso, haya querido advertirnos sobre el gran despropósito que supondrá la ruptura programada de la España del 78 sin haber establecido previamente un consenso sobre la que queremos construir y habitar. Periodista de raza, observa como los acontecimientos se precipitan ante nuestra indiferencia y apatía. Y algunos sintomáticos, a la bolivariana, como la elevación de sueldos y periodos de mandato de los líderes supremos. Todo suena a demasiado conocido como para no alarmarse.
Quiso titular el libro como “El Mirón”. Pero Fernando es mucho más que un mirón. Por aquello de que el observador influye en lo observado, como ya pontificara el sabio Heisenberg. Pues eso. Un periodista no se limita a observar la realidad, sino que, de alguna manera, también la conforma. Su propia percepción influye en la de los demás. No sólo describe la realidad, sino que, al tiempo, la crea. Por eso, puede apreciar la deriva y la ruptura que, como advierte, será dolorosa porque las rupturas desde siempre lo fueron. Gracias, Fernando Jáuregui, por estar ahí para contarlo.