Este personaje, de lo “mejor” de la alta burguesía catalana, y su mano derecha, Jordi Montull, desviaron del Palau y del Orfeó a sus bolsillos, según el fiscal, unos diez millones de euros entre pitos y flautas, y esa debe ser la razón por la que a Millet no se le veía nunca en los conciertos: estaba mangando.
Y antes es la obligación que la devoción.
A Millet se le acusa prácticamente de toda clase de delitos dinerarios, de la estafa al blanqueo, del soborno a la financiación ilegal de partidos, y, por gamberrito, el bondadoso juez le ha retirado el pasaporte.
En la cárcel se malea uno, y no es cosa de que un señor tan honorable vagabundee por un patio junto a vulgares chorizos.
Sin embargo, a ese juez clemente y comprensivo le ha debido pasar inadvertido un dato que convertiría a Millet en espantosamente vulgar y, en consecuencia, en firme merecedor del presidio: una parte de lo que robó a la música y al bello templo modernista del Palau se lo gastó en reformas para su casa y las de sus familiares, a algunos de los cuales, por cierto, tenía colocados en el Palau con sueldos de aquí te espero. ¡Reformas! Por ahí, por esa vulgaridad inmarcesible, empezó a caer Marisol Yagüe, la ex-alcaldesa de Marbella.
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