Atronador el silencio en las filas socialistas, en muchos medios de comunicación y en gran parte de la izquierda y colectivos habitualmente reivindicativos tras demostrarse lo que ya en su día se supo: que David de la Encina cobró un sueldo público sin ir a trabajar y que sus jefes (dirigentes públicos) se lo permitieron.
La mera difusión el pasado mes de marzo de 2018 de los correos electrónicos en los que el ex alcalde y actual concejal y diputado provincial solicitaba seguir cobrado su sueldo pero no ir a trabajar para dedicarse a su campaña electoral ya tendría que haber supuesto, de inmediato, su dimisión o cese tanto de su anterior puesto de alcalde como de cualquier otra responsabilidad pública u orgánica. No fue así, el PSOE, acostumbrado a cosas peores entre sus filas, miró para otro lado y pensó que si hacían dimitir a todos los políticos y enchufados que no acudían a su puesto de trabajo en la Junta igual se quedaban sin la mitad de la cuadrilla.
Entonces, De la Encina dijo aquello de “seré torpe e ingenuo, pero no un defraudador”. Hoy, ya sabemos que, además de todo, también mintió. Y es inadmisible que con este historial siga como concejal del Ayuntamiento de El Puerto, siga como secretario general del PSOE de El Puerto y el PSOE lo siga manteniendo como diputado provincial y con responsabilidades de Gobierno.
Porque ni El Puerto, ni la Diputación ni el PSOE merecen un dirigente torpe ni ingenuo, pero mucho menos que crea torpes e ingenuos a los ciudadanos. A estas alturas de la película, David de la Encina ya no puede seguir cubierto con la piel de cordero con la que siempre ha querido presentarse desde que hacía sus pinitos como escudero de Ignacio García de Quirós.
Una piel de cordero (transparente para los muchísimos que llevamos años viendo el lobo que en realidad esconde) que no debe eximirle de asumir las responsabilidades políticas de tan ingente atropello ni al PSOE local y provincial de apartarlo de cualquier responsabilidad.
Y no sé si es peor que un cargo de la administración pida no ir a trabajar porque es candidato en unas elecciones con varios meses de antelación o que lo deje por escrito. O que una vez descubierto tenga la piel tan resbaladiza que pase por encima como si nada malo hubiera hecho. Ninguno de los supuestos me valen para aceptar a una persona al frente de un cargo público. David de la Encina debe asumir sus responsabilidades no por su error, sino por su chulería. Y, por supuesto, Irene García debe cesarlo de inmediato.
Lo ocurrido con David de la Encina y el absoluto silencio del PSOE pone de manifiesto cómo entienden socialistas el trabajo en la administración. Y si me apuran, es aún peor siendo su cometido actual atender las necesidades de personas y colectivos en situación de vulnerabilidad, muchos de ellos por no tener un empleo.
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