Una señora perfectamente vestida, emperifollada (con perdón) en grado sumo, puede resultar cateta si no se acompaña adecuadamente con los complementos apropiados. Contradiciendo al refrán la mayoría de las veces el hábito sí hace al monje, y de un abogado desaliñado sólo pueden esperarse juicios perdidos. Ataques de locura, vamos. Ando dándole vueltas a la falta de detalles de la gente. No por eso de ceder el asiento y cosas así, no, lo digo porque trasluce algo más profundo que es el desinterés. Y puestos a cambiar refranes andan en eso de “hoy por mí y mañana por mí”. A los jóvenes, por ejemplo, no les interesa la política, pero afirman las encuestas que aspiran a ser funcionarios, es decir: a servir a la clase política -no al ciudadano- sin hacer el más mínimo aspaviento. El desinterés lleva a los adolescentes al abandono escolar. “No están motivados”, dicen los expertos. Yo pienso que nos encontramos en un momento transcendental en el cambio total de la escala de valores. Los que nosotros hemos mantenido, lo que nuestros mayores denominaban “crianza”, ahora no sirve y si tratamos de defender aquellos criterios nos tachan de trogloditas, pero sin ser los Picapiedra. Se ríen de nosotros, en nuestra cara. Por eso pedirle a la gente que tengan detalles es cómo pedirle peras a Luis del Olmo (o algo así). Y mira que es bonito eso de ser detallista, de cuidar nuestra relación con los demás, de dar sin pedir, de servir, de ayudar. Propongo lo contrario a lo que nos asola, pido interés por las personas, por las cosas. Y lo hago ardorosamente, sin dobleces ni juego de palabras, no cómo aquel banco que decía: “no existe un interés más desinteresado” y no daban ni la hora.
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