Ya estamos en Navidad. Otro año, casi sin darnos cuenta llega la Navidad, la festividad más familiar y emotiva de cuantas invaden nuestro calendario. Es la época más afectiva, llena de abrazos, llamadas, felicitaciones y comidas: incansables almuerzos y cenas que se alargan hasta la saciedad recordando los mejores y peores momentos vividos, rememorando a quienes ya no están entre nosotros, añorando el pasado y sobre todo, augurando futuros siempre inciertos.
Es el mes del balance, de hacer “caja de actos” y valorar los últimos doce meses. Es el momento de las promesas, de los compromisos, de tomar conciencia de la realidad que se ha vivido y agotar los últimos días para volver a empezar una vida nueva, que casi siempre acaba en buenas intenciones.
En Navidad todo cambia: se decoran las ciudades de luces y figuras, los hogares se adornan, la música cambia y las calles se llenan de vida. Estas fechas también son las más derrochadoras. Los gastos suben exponencialmente, los comercios hacen “el diciembre” y las mesas se llenan de alimentos elaborados con todo lujo de detalles. Diciembre también es el mes de la generosidad, una visión muy generalizada que hipócritamente asumimos todos para acallar nuestras conciencias, ahora vendidas en las redes al mejor postor, y aclamar al populacho para así sentirnos tela de “Buena Gente”. Y da igual que ya existan decenas de entidades que llevan en sus genes estas tareas casi a hurtadillas, en este mes aparecen Ángeles por doquier, santos que andaban escondidos o adormecidos esperando su oportunidad.
En definitiva, la Navidad saca todo lo bueno y malo que cada uno llevamos dentro, es todo aquello que deberíamos ser y hacer durante el año, pero menos es nada. Felices fiestas a todos.