La corrupción es un concepto que designa demasiadas cosas, desde las cuentas en Suiza a la información privilegiada al hacer un Plan General, desde el cohecho a la prevaricación, desde las pequeñas mordidas a los maletines de Panamá… Pero en definitiva se trata de traicionar el interés general al servicio de otros intereses, por supuesto en beneficio propio. Esa diversidad provoca que, a menudo, se produzcan debates sobre qué escándalos son peores, si Gürtel, si los Eres, si Pujol, bajo la lógica del “y tú más” con matices retóricos más o menos sofisticados. Mal asunto: justificar la corrupción es otra forma de corrupción moral.
Estos días desde la izquierda se ha tratado de marcar diferencias con los ERE, considerando que no hubo enriquecimiento personal o financiación del partido. Es algo absurdo, pero también peligroso. Este es un caso monumental de corrupción, desoladoramente monumental. El dinero que debía servir para ayudas sociolaborales a los parados de Málaga y de las otras siete provincias acabó en un sistema opaco para empresas y personas afines. 680 millones usados de manera irregular, y al menos cien de modo fraudulento, más allá de los aspectos sórdidos de ciertos personajes como el chófer de las putas y la cocaína. Y algo así no admite paliativos morales o retóricos. Esto sucedía en la región con más paro de España, casi de Europa, hasta un punto calificado por el Papa de “vergüenza”.
Así pues, entrar en taxonomías para clasificar a los corruptos con el entusiasmo de un entomólogo resulta más que peligroso. Quien hace un ranking de corrupciones mejores o peores es para sostener, siempre, que la corrupción de los rivales es peor. Que si Gürtel más, que si los Eres menos, que si Pujol… Esto sucede, claro, por otro vicio colectivo: el partidismo. Sin duda, el partidismo es lo que lleva a pensar que la corrupción de los otros es siempre peor, y que los nuestros merecen cierta comprensión. Es el daltonismo moral de creer que el bien y el mal es cosa de colores… azules, rojos, naranjas o morados. El caldo de cultivo de la corrupción empieza por la tolerancia con que los votantes perdonan a los suyos, a veces hasta la indiferencia cómplice. ¿O cuántos de nosotros hemos dejado de votar a nuestro partido por la corrupción? Eso, exactamente eso, ya nos convierte en cómplices.
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