La escritura perpetua

El Calderón

Fue el refugio de mi adolescencia, el Paraíso color rojiblanco que me sanaba de la atmósfera severa y gris del instituto Ramiro de Maeztu

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El estadio Vicente Calderón fue el refugio de mi adolescencia, el Paraíso color rojiblanco que me sanaba de la atmósfera severa y gris del instituto Ramiro de Maeztu, que entonces era un centro de enseñanza de alumnos selectos, pero llegaba el domingo y me esperaba el partido del Atleti, los altavoces anunciaban ‘Cacaolat’-batido de chocolate, y aquel hombre de trajecillo azul gritaba: “¡¡El Arriba y el Dicen…!!” Había que llegar con tiempo de antelación al Manzanares para comprar y leer en la grada el periódico deportivo ‘Dicen’, de Barcelona, que no se vendía en Madrid, salvo en el quiosco de Cibeles. El ‘Dicen’ era un periódico de grandes páginas sin llegar al formato sábana, en huecograbado, que olía a tinta, a periódico de toda la vida. Y allí estaba yo, sólo en uno de los 70.000 asientos aún vacíos del estadio, devorando el ‘Dicen’. En el Calderón viví momentos que han quedado clavados con chinchetas en mi memoria, como cuando troté por su césped con una bandera a rallas rojas y blancas detrás de los jugadores que alzaban la Copa Intercontinental recién ganada al Independiente de Avellaneda (2-0), en 1975, el Atleti campeón del mundo: “Atleeeti”… O instantes sagrados, como el dolor en la infausta tarde de la grave lesión de Gárate, el jugador más admirado, tras un remate de cabeza y gol al Elche: un extraño hongo infectó la rodilla de Gárate, que a punto estuvo de perder la pierna. O el debut de Luis como entrenador. Luis pasó en sólo una semana de jugar un partido que el equipo afrontó de manera infame frente al Sporting (2-2) al banquillo. Y mientras veía jugar al Atleti se me ocurrió, a los 16 años, escribir un artículo y enviarlo a la revista ‘Don Balón’, que acababa de fundar y dirigía José María García. Lo escribí a mano, en una libreta, luego arranqué la hoja e introduje el artículo en un sobre. Puse el sello y lo envié a nombre de José María García. No obtuve ninguna respuesta. Pero a las tres semanas compré, como siempre, Don Balón -que entonces tenía una tirada de un millón de ejemplares-, y allí estaba mi artículo.

Volver al Calderón significó siempre para mí el rencuentro con la adolescencia y con importantes recuerdos de juventud. Pero hoy, con las gradas derribadas, una autovía cruza el lugar donde estaba el césped por el que corrieron Ufarte, Collar, Adelardo o Isacio Calleja. Como diría Federico: “No, que no quiero verlo”.       

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