Ando que no puedo del disgusto, y es que no sé si se habrán dado cuenta de que las esencias de nuestra españolidad andan en peligro como nunca. No se lo van a creer, pero el otro día mis hijos quisieron celebrar el Halloween ese. Y no de cualquier forma, no. Sino que lo han hecho como si se hubiesen criado en la mísmisima Kansas City, y no en la calle Arroyo que es de donde no han salido todavía más que para un par de viajes al extranjero. ¡Y se han disfrazado de monstruos! Y hasta han ido -qué vergüenza- a casa de mis vecinas a pedirles caramelos diciendo lo del truco o trato. Vamos una vergüenza.
Y es que nos están colonizando ya del todo, y eso no puede ser. Yo, que soy fiel seguidor de un gran pensador hispano como Bertín Osborne, lo tengo claro, y en mi casa no hay Papá Noel porque ese tío no es español. Porque mi casa es de tradición y de españolas maneras, y por eso en ella sólo entran los Reyes Magos de Oriente, que como todo el mundo sabe eran de Chiclana.
Y es que es una pena, y algo que no puedo entender, la verdad, cómo es posible que nuestros niños prefieran disfrazarse, jugar y divertirse en la víspera del Día de Todos Los Santos, en lugar de esperar con emoción a esa jornada para visitar las tumbas de familiares que no han conocido, en cementerios hasta arriba de gente que se acuerda de sus muertos una vez al año. ¿Porque dónde quedarán nuestras raíces culturales si seguimos así? Se lo digo yo, en la mismísima basura de la Historia. Y por ahí no. Lo siento. Y por eso he decidido hacer campaña contra Halloween el año próximo. Y voy a quedar la semana que viene para planificarlo todo con otros padres en un McDonald’s. Allí pediremos una Coca Cola light al salir del gimnasio low cost al que vamos con nuestros chandals Nike y nuestros botines Adidas para preparar nuestra victoria. Porque si algo he aprendido en las series de Netflix es que si hacemos presión podremos conseguir cosas ridículas como acabar con Halloween.
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