Ante la proximidad del Día de los Fieles Difuntos, somos muchos los que recordamos de forma especial a los que ya no están entre nosotros. Rodeada de tradiciones seculares, recuerdo especialmente, en estas fechas, aquellas luminarias, de cartón y mecha, que se metían en aceite: las “mariposas”. Mis abuelas las encendían puntualmente en memoria de nuestros familiares ausentes.
Otro ritual que no había de faltar era el adecentamiento de los nichos que, desde días antes, lucían limpios y con flores frescas.
Son fechas que dirigen nuestros pasos hacia los camposantos y que, especialmente en el caso del Cementerio Viejo, nos hacen sentirnos avergonzados de ver como aquel respeto de nuestros mayores hacia sus difuntos se ha convertido en olvido y me atrevería a decir, traición.
Los camposantos son lugares para el recuerdo y la reflexión. Cuando pasa el tiempo se convierten en lugares de memoria, en espacios donde los personajes destacados de un territorio yacen junto a los anónimos, mostrando al mundo momentos de la historia e identidad local, a través de sus nombres, epitafios o de la propia arquitectura funeraria que en casos como el de Jaén, alcanza la monumentalidad.
He conocido numerosos cementerios que me han impresionado: Montmartre, en París, de la Recoleta, en Buenos Aires, Staglieno, en Génova, Sant Andrews, en Escocia... los cementerios judíos de Cracovia, Praga o Jerusalén... además de otros monumentos funerarios tan imponentes como las pirámides o la necrópolis del Valle de los Reyes, en Egipto, entre otros muchos, también en España, por supuesto. Todos ellos son reflejo de una historia, identidad y orgullo local.
Conocedor del valor de la arquitectura funeraria, que algunos paisanos denostan con sibilinos argumentos, la indignación me embarga cuando visito el Cementerio Viejo. Un cementerio que forma parte del Bien de Interés Cultural “Conjunto Histórico” de Jaén, que está en la Lista Roja del Patrimonio, que es reflejo fundamental de la historia de nuestra ciudad en los últimos siglos y que cuenta con unos valores arquitectónicos, religiosos, etnológicos... destacados, se ha transformado en un paradigma del abandono hacia el patrimonio histórico. “¡No sé; pero hay algo / que explicar no puedo, / algo que repugna / aunque es fuerza hacerlo, / el dejar tan tristes, / tan solos, los muertos!” (Gustavo Adolfo Bécquer).
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