200 personas se reunieron esta semana en la Plaza de la Constitución para condenar la represión en Cataluña y pedir amnistía para los presos políticos. Como dijo el Guerra, “hay gente pa tó” . Los 200 acudieron convocados por quince organizaciones, así que la aritmética no engaña: salen a 13 personas por organización. La verdad es que se han visto cumpleaños infantiles más nutridos. Incluso familias del Opus. Más que organizaciones, tienen tamaño de una comparsa.
Todo esto solo es una anécdota. Si quieren con su punto tierno, más allá de lo ridículo. Por supuesto, leer esa pancarta de tamaño familiar hablando de presos políticos, a mil kilómetros del epicentro del fanatismo, también es desalentador. Pero digamos que como porcentaje de malagueños es irrelevante: el 0,03%. Hay más aficionados al bridge en Málaga. O al patinaje sobre hielo.
Sin embargo, y no por casualidad, se desplegaron hasta 40 policías. Casi más pestañí, ahora que Malaka ha popularizado el término, que en Barcelona. Qué cosas. Un policía por cada 5 manifestantes. Claro que en este caso a la policía no le preocupaban ellos sino la amenaza de ultraderechistas que en efecto aparecieron allí al grito de “separatas, hijos de puta”. Los otros respondieron “Málaga será la tumba del fascismo”. Pero, a ver, almas de cántaro, ¿qué fascismo?… Esa es una frase de 1937, no de 2019. ¿O hablan de la tumba de esa zarrapastrosa pandillita de docena y media de fachas trasnochados?
En fin, aquí en Málaga, tan lejos de esos nacionalismos, ver amagos de violencia en la calle, fomentados desde los extremos con lenguaje ‘guerracivilista’ (Umbral), es una mala señal. Como advertía Shils, hay dos rasgos en la patología del extremismo: creerse con la posesión de la verdad y la incomodidad con las reglas del juego democrático. Se dan en uno y otro extremo. Hay enfermedades contagiosas que se controlan pero que nunca se acaban de curar.
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