Todo es ruido, algarabía, retruécano. Estruendo que oculta, en verdad, un miedo cerval ante lo desconocido. Nos encaminamos hacia las elecciones del 10N sin que advirtamos las estrategias nítidas de unos partidos sorprendidos y a contrapié ante la situación que ellos mismos crearon con su cerrazón e incapacidad de acuerdo. Los que hasta ayer negaban el pan y la sal a Sánchez, se muestran ahora proclives a acuerdos y pactos de estado. No se explica el porqué de este súbito cambio de parecer. Pánico, afirmó el presidente en funciones. Encuestas, comentó el analista político. No sabe, no contesta, disimulan diletantes los que protagonizan el baile de la yenka de estas elecciones de prórroga.
A todos se les ve nerviosos, alterados, como, si no se terminaran de creer la surrealista situación, hija de sus yerros, que les toca protagonizar. Y tienen miedo, mucho miedo. Miedo a la abstención, al desencanto, a la división, a la sorpresiva pérdida de votos, al fracaso. Las encuestas arrojan sus vaticinios diversos y coloridos, sin que se logren atisbar, a día de hoy, posiciones definidas. Si hasta hace apenas quince días los sondeos pronosticaban una subida al PSOE, ahora algunas anticipan un estancamiento o, incluso, ligera bajada. Podemos, que parecía que sería el gran perdedor, se muestra algo más sólido de lo que los gurús electorales creyeron. Bajan, pero mucho menos de lo previsto. El PP parece beneficiado con la repetición de elecciones y suma escaños que le acercan al PSOE, pero sin alcanzarlo. Ciudadanos pierde escaños, mientras que lo de VOX sigue siendo una incógnita. En teoría deberían bajar, pero parecen tener un suelo algo más firme que lo que cantaron las encuestas primeras. Su marcha dependerá de la situación de Cataluña y de la irritación que cause en ampliar capas de votantes. Errejón entra en el Congreso, pero sin saber si sólo le quitará escaños a Podemos o si, también, le rebañará escaños al PSOE que le aplaudió. Todavía con cara de pasmo, los unos y los otros tratan de adaptarse a la nueva y desconcertante situación, sabedores de que, al final, tendrán que pactar, algo que podrían haber hecho hace semanas.
Dos elementos novedosos podrían alterar este ecosistema. Por una parte, las andanzas del independentismo catalán y su reacción a la, en principio, inminente sentencia. Y, por otra, la marcha de una economía renqueante en el caso de que se desplomara de manera súbita. La combinación de ambos factores podría generar reacciones inesperadas que modificaran ánimos y encuestas.
No parece que los escándalos de corrupción sean tan determinantes como en ocasiones anteriores. Ya golpetear en su momento a socialistas y populares, que sufrieron grandes desgastes con los Roldán, Filesa, Bárcenas y Púnica, entre otros nombres propios del barrizal que los enmerdó. Históricamente, la economía ha golpeado más al PSOE, que quedó muy tocado con la crisis del 93 y la del 2007, que le explotó de manera imprevista para ellos, cantada, sin embargo, por economistas y advertidos. Y, ahora, de nuevo, parece repetirse la película. Sánchez continúa alimentando la caldera del gasto con sus promesas, cuando ya no queda combustible en la leñera. Si entráramos en crisis, el PSOE sería señalado como culpable del estropicio. Ojalá la cosa no vaya a mayores y el susto se quede en una simple desaceleración. Ojalá.
Nos queda todavía un mes por delante, una auténtica eternidad en política, dado lo voluble de nuestra decisión y lo incendiable de nuestro cabreo sordo.
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