Si hay una señal inequívoca del aldeanismo es confiar en que un foráneo vendrá que bueno te hará. Esto, al final, siempre es un espejismo, como Berlanga retrató en aquella maravillosa alegoría cinematográfica llamada Bienvenido Mr.Marshall. Y de ahí ese pecado de ingenuidad y luces cortes que podemos llamar Mistermarshallismo: esperar la redención que llegará de fuera… y quedarse esperando. En definitiva, esto es lo sucedido durante la última década con el jeque, que algunos vieron como el profeta que traía, al fin, tiempos de gloria para el Málaga. Se le llegó a rendir pleitesía, y a considerar un pecado de lesa malagueñidad criticarlo. En las redes, los partidarios ejercían un verdadero acoso, como almohades furiosos tras Las Navas de Tolosa. No hay que señalar a nadie, porque en este rincón del Sur nos conocemos todos. Incluso el alcalde le puso incluso una rotonda –a mayor gloria del jeque, o al menos a mayor glorieta– contra toda lógica.
La realidad era más ramplona y desde luego más obvia: el jeque venía a hacer negocios, y hasta ahí todo normal; y para hacer negocios, creyó que el Málaga sería un buen soporte, hasta ahí también todo normal… pero una vez que los negocios fallaron, se desentendió del Málaga con una gestión que sólo podía conducir al desastre. Lo suyo fue un golpe de estadio, para hacer caja. Lo demás, es tristemente sabido: de la Champions a la ruina en menos de una década. Los colores blanquiazules del himno, territorio sentimental para tantos, solo eran un salvoconducto para abrir puertas
En definitiva, como en Bienvenido Mr. Marshall, donde todas las esperanzas quedaban en un charco sobre el que pasaron de largo los amaericanos, con el jeque ha ocurrido igual. Ya solo trata de cuadrar las cuentas, y para eso necesita que nos cuadren sus cuentos… sus últimos cuentos. Después de eso solo sólo quedará el charco del mistermarshallismo.
