El filósofo canadiense Alain Deneault acaba de publicar su nuevo libro bajo el título de Mediocracia donde resalta el triunfo de la mediocridad en el orden social y político; según explica, nos convertimos en ciudadanos "ni totalmente incompetentes hasta el punto de no poder funcionar, ni competentes hasta el punto de tener una fuerte conciencia crítica". Los mediocres, asegura, han tomado el poder, lo han hecho "casi sin darse cuenta" y basta echar un rápido vistazo al mundo, desde Estados Unidos, Inglaterra o a nuestro propio país, para concluir que Deneault no anda demasiado descaminado. Lo peor de una sociedad es cuando se convierte en conformista y acepta ser manejada por personas que a todas luces no deberían dirigir ni la comunidad de propietarios de su portal de vecinos. El espectáculo nacional de estos días ante el inminente anuncio de repetición de elecciones, incomprensible, es un claro ejemplo. Todo hace indicar que habrá repetición de elecciones, nadie sabe muy bien por qué y ante ello la sombra de la abstención se cierne sobre unas urnas que, al final, pueden terminar pintándole la cara a más de uno.
El domingo 28 de abril se celebraron elecciones generales, las adelantadas por Pedro Sánchez y que se convocaron a un mes de las autonómicas, europeas y municipales en base a las encuestas internas que le indicaban la idoneidad de la fecha. El claro resultado obtenido por el PSOE hacía prever un acuerdo más o menos rápido en un país a un paso de agotar su apuesta por la fragmentación parlamentaria, que ha demostrado ser un caos, pero en estas empezaron a entrar en escena otros factores de índole electoral a medida que la formación ganadora valoró el desgaste de Ciudadanos, por un lado, arrinconado ante su posición, con una importante fragmentación interna y, con ella, la consiguiente pérdida de votos; de hecho, buena parte de los votos que pierde la formación naranja, al menos la mitad, van a parar al PSOE porque se trata de ese electorado que rodea al centro. La otra mitad de los que perdería acabaría en el PP, de donde vino.
Pero Pedro Sánchez también recupera parte en Unidas P y como parece que le ha cogido gusto a eso de celebrar victorias, se quiere dar otro baño de multitudes, gustarse en atriles, posar en carteles, debatir en televisiones y, en definitiva, embriagarse en el aplauso antes que evitar una incomprensible repetición que no llevarán a nada más que a darse gusto personal -ya podría elegir otro modo...- y que, habría que calcularlo, tienen un inconmensurable gasto económico e inútil para un país donde por todos los rincones sopla la brisa de la crisis económica. Al menos así lo advierten los agentes entendidos en la materia. Para lo que sí se pusieron de acuerdo en el minuto uno, entre todos, fue para acordar la organización política, para el personal de confianza tanto en torno al congreso como para el senado, el de libre designación, en definitiva para esa estructura orgánica que necesita cobrar a final de mes y que lo hace pese a que llevamos más de cinco meses sin gobierno y, ante eso, me pregunto: ¿qué hacen? Si llevan cinco meses sin pactar el gobierno y sin trabajar, ¿por qué cobran? ¿No sería más lógico que lo hicieran una vez consolidado el gobierno y puesto en funcionamiento? ¿Alguien duda de que si no recibieran nómina hasta consolidar el gobierno el acuerdo se hubiese producido en mayo, junio a más tardar? Y sobre todo: ¿qué pésimo ejemplo se le está dando a la ciudadanía, a los jóvenes que llenan estos días las aulas? A estos se traslada un mensaje claro en el sentido de la triquiñuela y trampa es un método posible, de que el interés personal está muy por encima del colectivo, de la falta de responsabilidad para poner por delante el bien común, de que es posible vivir y vivir bien sin trabajar y, lo que es peor, que la mediocridad también tiene un camino directo que te puede conducir hacia el éxito. Hasta el día 23 del presente hay tiempo de llegar a un acuerdo que hoy, visto lo visto, parece imposible, de lo contrario se repetirán elecciones, con todos los costes, económico, social y otros, el diez de noviembre. Seguramente para obtener un resultado similar, unos cruces parecidos y, también, para que la conciencia colectica ahonde en la idea de que el país despierta y funciona todos los días igual con o sin gobierno. Eso sí, al mismo precio, que es un precio muy alto. ¿Es justo?
Mientras, en Andalucía siguen con gran expectativa lo que sucede en Madrid, sobre todo en lo que se refiere a un PSOE-A dividido cada día más en dos. El susanismo debilitado pierde fieles al tiempo que el defenestrado está a la espera de que Ferraz ilumine un faro al que seguir, pese a que alguna teoría señala que a Madrid le interesa más una Andalucía dividida que una unida bajo un solo líder -el divide y vencerás, frase atribuida a Julio César y que gusta mucho en Moncloa-. Lo cierto es que si hay repetición de elecciones y Sánchez mejora su resultado, hasta Susana Díaz entenderá que su trayectoria de lideresa andaluza ha acabado. Por tanto, su única posibilidad es que el sanchismo, que teme y mucho el nivel de abstención, se la pegue en esta nueva convocatoria de producirse.
Si el faro apuntado por Madrid fuese María Jesús Montero, como todo el mundo espera, también estaría finiquitada la contienda porque los críticos en la sombra, muchos, se alinearían desde el minuto uno tras la ministra para poner fin a la fiesta del susanismo. Provincias como Huelva o Jaén ya no ocultan sus malas relaciones y su disponibilidad a apuntarse a un cambio de orden, mientras que en otras crece el porcentaje de críticos y mengua el de fieles al orden actual. Lógico. El socialismo siempre ha sido una manera de entender el poder, sabe perfectamente alinearse tras quien lo tiene. En Cádiz, por ejemplo, se habla de cada sector ocupa aproximadamente el cincuenta por ciento, sin contar a aquellos que están en el susanismo midiendo el paso hacia el otro bando sin que por el momento se les note demasiado no sea que se entere la jefa y haga lo que a Miguel Ángel Vázquez, entre otros, no cruzar mirada ni palabra con él pese a haber sido persona cercana y fiel durante tantos años.
La política, en definitiva, ha virado de oficio noble y necesario en la búsqueda del bien común para corregir desniveles e injusticias sociales a método de sustento para buena parte de los que en ella participan. Por supuesto, con excepciones porque generalizar nunca es justo. Pero es cierto que los ejemplos que hoy nos sacuden muestran un oficio que de noble por viejo ha pasado a mediocre, quizás, como quien diría, reflejo de una sociedad cada día con menos conciencia crítica.
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