La gente es la excusa que pone continuamente Podemos para explicar por qué no ha estado de acuerdo con el gobierno de coalición con el PSOE. La gente se invoca también como motivo profundo por el que, terminada la fallida votación para que España tuviera gobierno, se solicita de nuevo la formación de ese gobierno que resultó un intento con un estruendoso fracaso, con repercusiones internacionales y consternación nacional. Algo no cuadra. Independientemente del peso de las carteras ministeriales ofrecidas a lo largo de la negociación, las rechazadas, como Cultura o Agricultura, por no considerarse a la altura de la nueva fuerza política, las pedidas como “exigencias” o como “propuestas” para aceptar entrar en el gobierno, el caso es que la izquierda española se ha lucido. Almudena Grandes lo escribió ayer: “Ni por sillones, ni por matices, ni por buenas intenciones, ni por ambición legítima. No hay perdón para lo que habéis hecho. Hablo de la gente corriente, de esa a la que tanto os gusta invocar”.
La gente es la que no entiende tanta preocupación por la gente que ha resultado finalmente perjudicada por la no formación de un gobierno para la gente. Los gobiernos no son para “la gente”. Los gobiernos son para el país y para sus ciudadanos y ciudadanas. Para conformar las instituciones del Estado, para que pueda haber oposición política, para que en las instituciones se puedan plantear los enormes retos que tiene España. Eso es la política, porque, aunque ejercido por un partido o por una coalición de partidos, el Gobierno – lo escribió Manuel García Pelayo, ex presidente del Tribunal Constitucional- es siempre el Gobierno del Estado”.
El relato de Monedero es que “Sánchez ha perdido dos veces una investidura de gobierno. Porque las dos veces no hizo los deberes”. Los que hicieron sus deberes con desparpajo son los que impidieron dos veces la llegada de los socialistas al poder, porque sólo Podemos es la garantía de todo lo bueno que le puede pasar a España. Si no “otra vez a los recortes, al trabajo precario, a las privatizaciones, al empeoramiento de las pensiones, a las leyes mordaza, a los golpes a la plurinacionalidad, a las sospechas sobre las mujeres, a la manipulación mediática”. Con un punto de vista tan repleto de adanismo (actuar sin tener en cuenta los progresos que se han hecho anteriormente) es lógico que cueste avanzar.
