Notas de un lector

Memoria del mar y de la infancia

Publicados “Esto era” (Hiperión), de Juan Manuel Rodríguez Tobal y “Por el gran mar” (Galaxia Gutenberg), de Andrés Sánchez Robayna

Publicado: 16/07/2019 ·
12:49
· Actualizado: 16/07/2019 · 12:49
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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La belleza gestada con esmero y la intensidad de una palabra que es fundamento y ofrenda para el lector, laten de manera corazonada en “Por el gran mar” (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019), de Andrés Sánchez Robayna (1952).

En esta nueva entrega, el poeta canario apuesta por un corpus que sigue la línea temática del anhelo, del pasado y de la muerte. Y todo ello, aunado por una tensión lírica que oscila entre la temporalidad humana y la estética de la naturaleza como fidedigna quimera. Porque sin querer caer en la tentación del consabido conflicto decadencia-duración, el yo lírico reverbera su expresividad mediante un verso concatenado a la lumbre de la memoria: “Me acerco hasta las lindes del recuerdo/ como hacia el fuego el animal nocturno”.

     Sánchez Robayna se detiene a contemplar e ilustrar la minuciosidad de un paisaje que le resulta tan familiar como indispensable. De ahí que el mar, el oleaje, la arena, el viento, la niebla, las palmeras… se alineen con encendida pureza entre sus versos y ocupen espacio prominente entre estos treinta y cinco cantos: “Manchas vivas de sol entre los pinos,/ éxtasis de las bocas bajo el celaje puro./ Aire del bosque, toma nuestras vidas/ para girar contigo en el fulgor del mundo”.

     La sabiduría con la que el escritor isleño conjuga sentido y pensamiento deviene en un equilibrado y lúcido mapa por el que adentrarse despaciosamente. Al hilo de su geografía, se puede recrear el bello diálogo de un tiempo y un espacio cómplices y solidarios; síntesis y certidumbre, en suma, de un decir que regresa para quedarse, “hasta encontrar, sereno,/ a un niño del pasado”.

     La publicación de “Esto era” (Hiperión. Madrid, 2019), significa el quinto poemario de Juan Manuel Rodríguez Tobal (1962).

Con una mirada que ahonda en derredor de su presente y un decir de exactos ritmos silábicos, el poeta se sabe destino limitado, huella de un adiós sin fecha. Porque en el acontecer que remueve los hilos de su verbo asoma la verdad vital de un hombre que conoció la esperanza y guardó su alegría en el cromático extravío de sus párpados.

En su primer apartado, “Las piedras”, los versos se derraman por entre los reflejos de quien se sabe sed y ausencia, mar y lágrima. La vida se torna “Piedras siempre sin sueño”./ Piedras de un día”, y remiten al origen y a la finitud del ser humano. Porque aquellas “piedras de otra infancia” son también el súbito pretérito que condujo hacia otro horizonte, hacia otra orilla desde donde no pudo rozarse sino el misterio de una circundante tristeza: “Pero el mar nunca entraba en nuestra casa./ No habíamos nacido para el mar./ Éramos pobres./ Y nuestras noches, cortas”.

    Su segunda sección, “Esto era”, remite también a un tiempo y a un espacio guardados bajo la llave de las deshoras, pero que todavía anda prendido entre las uñas del desolvido: “Alguien viene a ofrecerme mi cuerpo/ para que yo descanse (…) Viene con mi sonrisa a recordarme/ que la felicidad/ no fue temperatura de nuestra vida nunca/ y que siempre ha sabido reír nuestra tristeza”.

     Desde una semántica que atraviesa la sangre de los ocasos, el autor zamorano indaga entre los nombres que recuerdan la imperfección de los días. Y en ellos se ovilla, y de ellos se vale, como si de una redención sumisa y solidaria se tratase. Porque su cántico es temblor, lenguaje común para todos aquellos que anhelan esquivar la “ingrávida pujanza del fracaso”.

 

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