Opiniones de un payaso

Bailemos un “Valls” (pero con dos eles)

Publicado: 25/06/2019 ·
09:53
· Actualizado: 25/06/2019 · 09:53
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Autor

José Antonio Ortega

(Con permiso de Heinrich Böll) es un espacio dedicado a la difusión de reflexiones al voleo o, si lo prefieren, al buen tuntún

Opiniones de un payaso

José Antonio Ortega es un periodista, escritor y sociólogo radicado en el Campo de Gibraltar

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“Bailemos un Valls”, se diría –bromeando con el título de aquella canción del canario José Vélez– que le propuso Albert Rivera, líder de Ciudadanos, al ex primer ministro franco-catalán del gobierno de la República Francesa, para consumar su alianza de cara a las pasadas elecciones locales en Barcelona y para apuntalar el proyecto de una Cataluña constitucionalista y europeísta. O, viceversa, se diría que le propuso el ex primer ministro mencionado al adalid de la formación naranja, con tales motivos. Lo mismo da. Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando.

El caso es que el baile salió mal. A las primeras de cambio, don Manuel, el catalán afrancesado, dejó plantado a don Albert en medio de la pista y se marchó corriendo despavorido, cual novia a la fuga, o como alma que lleva el diablo. La unión que tanto prometía entre ambos actores políticos se fue al traste. (Competir –imagino– con la adorable y adorada Malú por las atenciones del presidente de C’s no está al alcance de cualquiera, ni siquiera un antiguo prócer de una de las primeras potencias del mundo).

No obstante, lo que ha ocurrido y está ocurriendo se veía venir. La deriva hacia la que está siendo arrastrado el principal dirigente de Ciudadanos –¿qué varón que se precie no perdería la cabeza por los encantos, el talento y la belleza de semejante dama, siquiera fuese momentáneamente?– no podía augurar ni augura nada bueno. Lo que ha de considerarse una verdadera lástima, independientemente de que se comparta o no el ideario del susodicho. En particular, para los que pensábamos que el fundador de este partido –un tipo osado de verbo ágil, brillante y contundente– estaba llamado a hacer grandes cosas en el terreno de la alta política nacional y, a medio plazo, incluso nos lo figurábamos como futuro inquilino de La Moncloa.

En la humilde y modesta opinión de quien les escribe, Rivera y C’s han errado y continúan errando en su estrategia. Actuar de muletilla del PP y Vox para la constitución de gobiernos autonómicos y locales no parece que les vaya a reportar mucho bien. Me atrevo a afirmar que tal manera de proceder solo les va a suponer pan para hoy y hambre para mañana. Como tampoco les reporta ningún bien estar a las bravas con los populares, por un lado, para intentar arrebatarles sus dominios, mientras, por otro, no paran de flirtear con ellos, cual tortolitos.

Disputarse encarnizadamente el espacio de la derecha y su liderazgo les dio resultado –cierto es– en las elecciones generales de abril, porque consiguieron mayor representación de la que tenían en Las Cortes Generales, pero pagando a cambio un alto precio: el de renunciar a ser alternativa auténtica de gobierno para convertirse en subalternos de los liberal-conservadores y, lo que es aún peor, de la ultraderecha pura y dura.

Los asesores de la dirección de la formación naranja han obviado un detalle de importancia que no deberían haber pasado por alto. En la mayoría de las democracias occidentales –hasta en Génova 13 lo saben, a pesar de Casado– las elecciones siempre, o casi siempre, se han ganado desde el centro –aunque la irrupción de los populismos radicales haya trastocado últimamente dicha constatada y más que estudiada tendencia– y España no es ninguna excepción.

Con su brusco viraje a estribor, Rivera y compañía han podido sentar las bases de su propio naufragio, si no enmiendan el rumbo antes, y le han proporcionado un buen balón de oxígeno al PSOE, cediéndole esa zona del espectro ideológico que, hasta no ha mucho, era garantía de éxito en las urnas.

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