El Loco de la salina

¿Llegó la hora?

Pero, a pesar de lo que se pueda pensar, la vida de los jubilados está llegando a ser muy ajetreada.

Publicado: 17/06/2019 ·
14:08
· Actualizado: 17/06/2019 · 14:08
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Hoy ha amanecido con poniente otra vez y las playas se están llenando de arrepentidos de haber ido. Hemos tenido un invierno pasado por agua, pero este verano parece que va a estar pasado por viento y aquí en el manicomio notamos que tanto el levante como el poniente nos ponen como motos. Sin embargo, a mí me está sentando bien la cosa. De modo que hoy me he levantado con los tornillos bien ajustados y me he puesto a pensar en algo que a los cuerdos los vuelve locos: la jubilación. Yo creo que los que se jubilan creen que, tras una larga vida de trabajo y de problemas, por fin llegó la hora de descansar. Los pobres están muy equivocados. Eso sería antes, pero el patio se ha puesto como para descansar. Aquí hay unos cuantos que están convencidos de que, como la palabra “jubilación” tiene algo que ver con júbilo y alegría, pues tenían que saltar de gozo cuando llegara su momento. Y aquí están pegando saltos todavía porque se les fue la olla por culpa de su gran error.

Todas las ciudades del mundo mundial tienen jubilados, pero estoy por asegurar que La Isla supera a todas en este tema. Solamente hay que darse una vuelta por la calle Real. A tope. Unos más derechos que otros, algunos apoyados en su bastón, otros echados sobre su carrito, otros viéndolas venir, otros disimulando la cojera y la mayoría con el convencimiento erróneo de que lo peor es estar mucho tiempo parado y de que andando todos los días van a durar más tiempo. Mira el reloj del Ayuntamiento, que ha estado parado un montón de años y ahora está como un niño. Vuelven los ladrillos y el cemento, de modo que los jubilados se empiezan a agolpar otra vez frente a las obras. La calle Real se llena de señores que hace muy poco no aparecían, pero que es como si un viento marino los hubiera arrojado a manojitos a esta playa. Y la verdad es que muchos de ellos están desaprovechados. Servirían perfectamente como jefes supervisores de esas obras que nunca acaban y que tantísimo abundan en La Isla. Ellos observan con atención todos los movimientos de los albañiles, miran la forma en que ponen cada adoquín de la calle, se asientan en un sitio estratégico y de allí no se mueven hasta que comentan lo que se tenía que haber hecho y ningún operario hizo.

Pero, a pesar de lo que se pueda pensar, la vida de los jubilados está llegando a ser muy ajetreada. Hoy los niños, todavía no entiendo por qué, tienen siete mil actividades y no tienen tiempo de jugar. Y los abuelos, que ya están jubilados y parece que no tienen nada que hacer, son los encargados de llevarlos, de recogerlos, de volverlos a llevar, de traer a uno y soltar a otro…Sin embargo algunos jubilados se aburren y no me lo puedo explicar. Los que dicen eso ¿no tienen que ir nunca por un cuarto de zanahorias o una lechuga fresca? ¿Tampoco tienen que ir por una docena de huevos o por un cuarto y mitad de ternera? ¿Tampoco han tenido que ir al Supermercado a devolver el mandado equivocado? Venga ya, hombre. ¿A quién queremos engañar? Bueno, me llaman. No olvide que todas esas cosas las hacemos muy a gusto, porque hacerlas a disgusto es peor y al final las tienes que hacer. Alguien dijo que la peor derrota de una persona es cuando pierde el entusiasmo. Lo malo es que muchos tienen muy mala memoria y lo pierden todo.

 

 

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