Sevillaland

Almas

No llega el calor de verdad y un runrún de intranquilidad se extiende por Sevillaland. La ciudad antes conocida por Sevilla atesora dos almas desde tiempos...

Publicado: 16/06/2019 ·
22:34
· Actualizado: 16/06/2019 · 22:34
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

Sevillaland

Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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No llega el calor de verdad y un runrún de intranquilidad se extiende por Sevillaland. La ciudad antes conocida por Sevilla atesora dos almas desde tiempos inmemoriales: la africana y la europea. La primera le permite vivir incluso con alegría los cinco meses de estío sahariano. Los habitantes están convencidos de que es soportable el castigo caído del cielo caminando por la sombra, hidratándose y saliendo cuando el sol se pone, como en el Ramadán.

No hay rencor hacia el calor. Al revés, si no aploma sobre nuestras cabezas la mayoría lo echa de menos, y algo en los cromosomas almohades o almorávides (no soy genetista) de sus habitantes se remueve inquieto.

El alma europea, por su parte, pugna por imponerse con la ayuda de toda la propaganda oficial. Sevillaland es moderna y pujante, una urbe en la cual habla idiomas la mayoría de los camareros y se puede, por tanto, hacer negocios relajadamente, estilo chill out, y con precios de ocio low cost.

Esa dialéctica explica mucho mejor la ciudad que las bobadas Sevilla-Betis o Macarena-Triana. Por supuesto, nunca ganará ninguna de las dos facciones en liza genética. Afortunadamente.

Este mismo sábado se produjo una de esas jornadas en las que las redacciones de los periódicos se abren por la mitad. Los gacetilleros de mayor proyección en el escalafón fueron comandados a cubrir la toma de posesión del alcalde.

Mientras que los de adjetivo fácil se encargaron de la boda de Sergio Ramos.

Es admirable cómo en una sola jornada se destila, con ese milenario magisterio que sólo tiene Sevillaland y tal, el ser de nuestra querida ciudad. Sergio Ramos, como un jeque bereber, acudió a casarse con sus tres hijos sin que siquiera pestañeara el párroco, e instaló jaimas en su finca de caballos y olivos para una noche que aseguraba a los presentes los numerosos clímax que incluye el término hedonismo.

Por su parte, Juan Espadas responde en sí mismo al criterio de las dos almas. Igual se santigua delante de un paso que es capaz de imaginar, redactar y corregir una docena de planes estratégicos, con los cuales nunca deja al albur de las deidades el devenir de la ciudad. Una vela a Dios, y otra a los fondos europeos. Y hace bien Espadas, porque los dioses a los que han ido adorando las sucesivas culturas que habitaron Sevillaland son impredecibles en sus designios.

Sólo hay que seguir las andanzas de una de esas divinidades, el millenial Sergio Ramos, para comprender que Sevillaland es muchísimo más divertida cuando se sumerge en sus maravillosas contradicciones.

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