Atando Cabos

La vida restaurada

Tenemos artistas devolviéndonos el pasado. Lo recogido por los arqueólogos pasa a manos de los restauradores

Publicado: 04/06/2019 ·
22:55
· Actualizado: 04/06/2019 · 22:55
Autor

Remedios Jiménez

Licenciada en Historia, docente jubilada, integrante del Aula Atenea del Ateneo de Jerez y de varios clubes de lectura

Atando Cabos

Una mirada sobre lo que nos pasa día a día, bajo los titulares de la incesante actualidad

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Tenemos artistas devolviéndonos el pasado. Lo recogido por los arqueólogos pasa a manos de los restauradores. Sin ellos, la reparación de los objetos que nos iluminan sobre otras épocas no estaría expuesta en los museos.

Los tenemos cinco, diez años, restituyendo el color a un cuadro ennegrecido para que podamos recuperar a grandes maestros y maestras. No son los autores del original, pero nos permitentener la suerte de su contemplación, siglos después, lo más cerca posible, a como fue el día de su exposición. Su labor vale tanto como si se dedicaran a innovar con sus obras.

Nadie pensaría en los artistas para restaurar vidas, pero eso fue lo que hizo Anna Coleman Ladd.Entre los soldados que volvían de la Primera Guerra Mundial, había muchos que se sentían muertos para su existencia anterior. Eran aquellos que habían vuelto con el rostro desfigurado. Sin ojos, sin nariz, sin mentón, sin orejas. Estas personas no se reconocían a sí mismas. No sabían quién era ese que se suponía que era él cuando el espejo reflejaba a un monstruo. No agradecían que la muerte los hubiera dejado pasar de largo.

La escultora se enfrentó a la terrible realidad de estos jóvenes, reconstruyendo sus rostros para que pudieran reincorporarse a la vida civil. Hacía un vaciado en arcilla y después una prótesis en cobre galvanizado fino, recubierto por esmalte duro que pintaba del color de la piel del receptor,ayudada de fotos anteriores a la contienda. Luego se prendía con unas gafas o una gomilla. También les colocaba con pelo natural, las cejas, las pestañas, un bigote. Estas personas recuperaban la luz del día, atreviéndose a salir a la calle.

Este crucial trabajo se llama anaplastología. Desgraciadamente se sigue practicando, porque las guerras no paran de producir víctimas de estas características y la medicina todavía tiene sus límites.

Anna Coleman dedicó su arte a esta artesanía que restablecía la vida cotidiana. En su trabajo lo fundamental era ser una buena copista. Nada de originalidad, por favor, no era lo que necesitaban.

Pensamos lo mismo, cuando la enfermedad se presenta, alterando nuestra rutina. Hasta ese momento la habíamos valorado poco, pero cómo la echamos de menos. Se convierte en un paraíso perdido. Cuando regresamos, sólo conseguimos, como la altruista artista, una restauración y cuán preciada nos parece.

 

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