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Hornacinas

Según la Real Academia Española de la Lengua una hornacina es un “Hueco en forma de arco, que se suele dejar en el grueso de la pared maestra...

Publicado: 29/05/2019 ·
23:19
· Actualizado: 29/05/2019 · 23:19
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Autor

Rafael Cámara

Rafael Cámara es presidente de la asociación Iuventa y comisario del programa de Viva Jaén 'Jaén Genuino'

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Campillejos es un blog que trata sobre la actualidad cultural y patrimonial de Jaén y su provincia

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Según la Real Academia Española de la Lengua una hornacina es un “Hueco en forma de arco, que se suele dejar en el grueso de la pared maestra de las fábricas, para colocar en él una estatua o jarrón, y a veces en los muros de los templos, para poner un altar”. Las hornacinas forman parte del paisaje cultural e identitario de las calles de nuestras ciudades históricas, en las que, a veces, señalan puntos en los que la leyenda y/o el milagro dejaron su huella en la memoria colectiva, u otras en las que es el fervor popular el que hace necesario que cierto icono religioso se ubique en la vía pública.

Creo que las hornacinas son algo muy de las calles de Jaén, muy nuestro. A veces son azulejos, como el que representa a San Antonio, en la fachada de la ermita del mismo nombree, en Los Jardinillos. Otras tienen su imagen e incluso imitan formas clásicas, como la del Cristo del Amparo, en la calle Maestra, con su aureola legendaria y su curiosa disputa entre judíos y cristianos.

La del Cristo de la Luz, frente a la calle Muralla, la más amplia con diferencia de las que se conservan, es de las que mayor devoción popular tiene. Es fácil ver a alguien orando a sus pies cuando uno transita por delante de ella, así como la constante presencia de luminarias en la misma.

Eran abundantes las cuidadas por particulares, como la del Cristo de la Salud, junto al Pilar del Arrabalejo, mantenida por la Taberna del Pilar.

Son muchas las que han desaparecido. Alguna, como la del Cristo de los Tres Huevos (o de las Tres Potencias), han salvado al menos la imagen, ubicada ahora en sus cercanías.

La hornacina del Cristo de la Amargura, en la calle San Bartolomé (Plazoleta del Vinagre), nos demuestra que hemos pasado del destrozo total, que ya es un paso, al miramiento de no tirar la hornacina pero sí la casa que la alberguaba, dejando el hueco de la devoción cual jirón desgarrado,  ornamentando un solar inmundo. Sirva de botón de muestra de lo que está ocurriendo en nuestro casco histórico.

Avanzamos, sí, pero tan despacio, con tal parsimonia que, mientras en otras ciudades problemas como el de los solares está ya más que solucionado, aquí aún andamos tratando de concienciar sobre lo inapropiado de alquitranar las vías históricas de un Bien de Interés Cultural. Y llegados a este extremo, o empezamos a correr o nos pilla la desidia.

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