Opiniones de un payaso

Hasta siempre, don Alfredo

Publicado: 14/05/2019 ·
16:45
· Actualizado: 14/05/2019 · 16:45
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Autor

José Antonio Ortega

(Con permiso de Heinrich Böll) es un espacio dedicado a la difusión de reflexiones al voleo o, si lo prefieren, al buen tuntún

Opiniones de un payaso

José Antonio Ortega es un periodista, escritor y sociólogo radicado en el Campo de Gibraltar

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Hace cinco años escribía en este mismo espacio un artículo dedicado a la figura de don Alfredo Pérez Rubalcaba, con motivo de su adiós a la actividad política y su retorno a la docencia. Hoy, apesadumbrado por su pérdida, me reitero en lo que por aquellas fechas decía, como rubalcabista que era y sigo siendo.

Después de treinta años de entrega y servicio a su país, se nos ha marchado el hombre que, desde el Ministerio del Interior, durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, más contribuyó a conseguir el final del terrorismo de Eta, a pesar de las zancadillas que, desde la oposición de entonces y los medios afines a esta –esa misma oposición y esos mismos medios afines que ahora lo ensalzan y lo alaban–, se le pusieron para que fracasara.

Se nos ha marchado un estadista de la vieja escuela, uno de los dirigentes de inteligencia más lúcida, brillante y aguda con los que ha contado el PSOE a lo largo de las tres últimas décadas. Un orador que puede incluirse entre los más capacitados de los que han ocupado escaño y han pasado por la tribuna de nuestra cámara de representantes. No tanto por su mayor o menor habilidad en el manejo de la retórica, su capacidad para la dialéctica o su ingenio, como por la sensación de sinceridad que transmitía en cada una de sus intervenciones. Lo que no es de desdeñar, sino todo lo contrario, teniendo en cuenta lo complicado que resulta para quien se dedica a la cosa pública no tanto ya ser sincero, que es demasiado pedir, como parecerlo. Y, más aún, cuando se cruzan las razones de estado de por medio. Una sinceridad que hacía que su discurso, salvo contadas excepciones, sonara convincente aunque no siempre a todos convenciera.

Rubalcaba merecía, en mi opinión, haber terminado su carrera después de haber pasado por la presidencia de Gobierno, pero tuvo la mala suerte de que le tocó bailar con la más fea. Llegó a la secretaría general del Partido Socialista en el peor de los momentos y después de comerse el marrón de presentarse a unas elecciones, las de 2011, que estaban requeteperdidas de antemano como consecuencia de la que por entonces estaba cayendo debido a los efectos de la crisis. Así de injusta es la vida, como ya todos, o casi todos, sabemos. Tanto, que la mayor parte de las veces no llega más alto quien más lo merece, sino quien menos escrúpulos gasta o más potra tiene.

Cumplió como ministro de Educación y Ciencia y como ministro de la Presidencia durante los gobiernos de Felipe González, entre 1992 y 1996, y como ministro de Interior, Vicepresidente y portavoz en la etapa de Zapatero, entre 2006 y 2011. Y lo hizo con muy alta nota, a mi juicio, sin alardes y sin afanes de protagonismo. Como el actor secundario que le correspondió ser en el drama de nuestra política nacional para que otros en escena se lucieran.

Pero también cumplió, y cubrió expediente, como secretario general del PSOE, en la medida en la que pudo y le dejaron. Para irse, no antes ni después, sino justo cuando creyó que debía, con esa dignidad que solo está al alcance de los elegidos para pasar a la Historia.

Hasta siempre, don Alfredo.

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