Una tarde, jugando al balonmano, Luis notó que no podía correr como de costumbre. Le faltaba velocidad. No llegaba a los contraataques y su entrenador lo sacó del campo. “¿No quieres correr? ¡Pues fuera!”, le gritó. Y él se fue al banquillo, cansado y triste, sin entender qué le pasaba. “No le di importancia”, confiesa. Pero la tenía. Luego llegaron los calambres en las piernas. Fue su padre quién lo convenció para ir al médico, que en un primer momento le dijo que no se preocupara, que seguramente sería un golpe.
Me dijeron que estaba loco cuando propuse que me amputaran la pierna, pero fue una liberaciónUn traumatólogo, amigo de su padre, le dijo que había dos opciones: la buena, que solo fuera un golpe y que se le pasaría pronto; y la mala… Unas cuantas pruebas después se confirmó el diagnóstico: osteosarcoma, cáncer de hueso. Con 13 años, Luis Landa (Granada, 1983) empezó una nueva vida. El balonmano, el ciclismo y el deporte en general, su gran pasión, se guardaron en un cajón que nunca más volverá a abrir, al menos tal como lo conocía.
“No sabía lo que se me venía encima”, confiesa. Después de la biopsia y de determinar que tenía que someterse a sesiones de quimioterapia, los médicos le dijeron que tenía que ser fuerte. “Claro, yo lo soy”, dijo entonces, más inocente que consciente de su situación. Pero lo ha sido. Luis siempre ha sido corpulento, “comía como un cosaco”, como él mismo recuerda, pero poco a poco dejó de tolerar la comida, en cuanto empezó con la quimio. “Una noche vomité toda la cena, y a partir de entonces eran cuatro o cinco veces todos los días”, rememora. Por eso, en poco tiempo, adelgazó más de 30 kilos, quedándose en la mitad de su peso habitual. “No tenía fuerzas”.
El tumor de la pierna se lo extirparon en una larga operación en la que le trasplantaron la cabeza de la tibia y le injertaron una prótesis que le provocó una infección por gérmenes anaeróbicos que, catorce operaciones después, desembocó en la amputación de la pierna, por encima de la rodilla. Él, en la décima intervención, ya quiso que se la amputaran. No aguantaba más las dolorosas curas y la vuelta a empezar después de cada operación. Los problemas no cesaban y, al poco de solucionar uno, surgía otro distinto. “Me dijeron que estaba loco cuando lo propuse, pero fue una liberación”, señala. Para colmo, la fuerte medicación que tomó durante los cuatro años que estuvo prácticamente interno en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla le provocaron efectos secundarios: perdió el 75% de la audición.
Barreras y más barreras que Luis no ha dudado en saltar, porque a pesar de todo asegura: “Me lo pasaba pipa en el hospital”. Las tardes en el centro hospitalario sevillano eran más amenas gracias a la música. Metallica, Héroes del Silencio, Queen… devoraba vídeos de todo tipo de grupos y luego intentaba sacar las canciones con su guitarra, que le habían comprado poco antes de que le fuera detectado el cáncer, después de mucho insistir a sus padres.
La música como bálsamo
Con apenas seis o siete años, Luis ya se fabricaba sus propios sets de percusión con unas latas de pintura. “A mi madre no le hacía gracia”, dice, pero así fue como empezó a amar la música. “Le dije que quería tocar un instrumento, pero en mi familia no hay músicos y eran reticentes”, señala. Solo una bisabuela suya, que recuerden, demostró dotes para este arte, ya que fue profesora de piano. Pero el pequeño Luis insistía e insistía y sus padres, finalmente, le compraron una guitarra, “por pesado”, poco antes de surgirle los problemas en la pierna. “Soñaba con estar en un escenario, ante miles de personas”, confiesa Luis, que es experto en cumplir sueños.
Una vez en el hospital, un voluntario de Andex, la Asociación de Padres de Niños con Cáncer de Andalucía, se enteró de que a Luis le gustaba la música y le regaló un libro de Metallica. Cada vez que iba, organizaban conciertos improvisados en su habitación. “Montábamos unas fiestas…”, dice Luis entre risas, ya que si se caracteriza por algo es por no perder el sentido del humor. Que se lo digan a las enfermeras del hospital, que sufrían las bromas de un joven que pasó buena parte de su adolescencia entre goteros y camillas. “Aprendí cómo funcionaban las máquinas y engañaba a las enfermeras imitando los sonidos”, dice Luis, quien continuó con su musicoterapia una vez salió del hospital.
Empezó a estudiar en el conservatorio y terminó el grado elemental de guitarra. Fue en el instituto, hablando con unos amigos, cuando surgió la posibilidad de unirse a un grupo de música. “Lo que me gustaba era la batería, pero el dueño no me la dejaba”, apunta. El grupo se separó y, sin nadie que le dijera que no podía acercarse a la batería, no lo dudó y se abalanzó sobre ella. Probó con una canción de Metallica y le salió a la primera. Estaba predestinado. Pero el propietario de la batería se la terminó llevando, aunque no le quitó las ganas de seguir formándose. Uno de sus maestros fue Eric Jiménez, mítico batería de Los Planetas, que le enseñó a desenvolverse con este instrumento. Luego fue a multitud de seminarios por todo el país.
Un festival por la ‘Patilla’
Luis necesitaba una pierna ortopédica, la ‘superpierna’ como él llama, pero tenía un problema: la Seguridad Social solo cubría 6.000 euros del total de su coste, que superaba los 40.000 euros. Entonces tiró de contactos musicales y se lanzó a recaudar fondos en un acto benéfico dentro del Malafollá Festival —aunque se conoció popularmente como el Patilla Festival—.
La localidad granadina de Maracena disfrutó de grupos como Escorzo, Son de Nadie o Elastic Band, hasta un total de 80 músicos y más de un centenar de participantes, contando la parte técnica, que trabajaron de forma altruista para ayudar a Luis. No fue mal. Más de 3.000 personas acudieron a la llamada del músico granadino, que sin embargo se quedó lejos de recaudar los más de 30.000 euros que le hacían falta para su ‘superpierna’. Otra barrera que terminó saltando, como lleva haciendo con todas las que salen a su paso desde que tiene 13 años.
Tocar la batería con 75% de sordera
La gran oportunidad de Luis se plantó delante de sus narices cuando menos se lo esperaba. Un compañero del conservatorio le dijo que dejaba su trabajo de batería en una orquesta y la vacante disponible le disipó las pocas dudas que pudiera tener: el puesto tenía que ser suyo. Ese verano tocó en 55 conciertos, “a veces desde las once de la noche hasta las siete de la mañana”, tocando el pedal con su pierna ortopédica, que un día de agosto le dijo basta. Una vejiga en el muñón era la señal de que tenía que parar. El continuo roce le provocó una ampolla que hizo que cambiara su forma de tocar. Primero pulsaba el pedal con una muleta, pero después se construyó su propio mecanismo. “Recorté la muleta, le hice agujeros adicionales…”, narra Luis, un buscavidas de la música.
¿Cómo se toca un instrumento cuando apenas tienes audición? “El oído es fundamental y, en el caso de la batería, mi problema son los platos, que tienen un tono agudo que no percibo”, cuenta el músico granadino. “Me hago una idea de dónde vienen los sonidos y cómo los puedo sacar”, añade. “He estado estudiando jazz durante mucho tiempo, pero no he empezado a tocar más o menos bien hasta muchos años después, he necesitado más tiempo que una persona normal”, narra. A base de mucho tocar, de estudiar y de fijarse en los grandes, iba interiorizando la música y creando su propio estilo. “Una vez vino un batería buenísimo a Granada y me puse a medio metro del plato, con las dos manos en los oídos como antenas parabólicas, fijándome en todo… y el tipo se quedó impresionado”. “Mi audición es mucho peor de lo que la gente se imagina”, por eso ha tenido que esforzarse mucho más que cualquier otro batería. Pero “querer es poder”. Y eso nos lleva a su siguiente proyecto.
El “secreto” para cumplir sueños
“Si quieres conseguir algo realmente, puedes conseguirlo. He querido ser batería profesional y puedo decir que lo soy. No soy como quiero ser, quiero ser mucho mejor y seguiré trabajando para llegar a serlo”, dice Luis Landa, conocido como Luisongo en el mundillo. “Me he encontrado a mucha gente que me ha dicho que no se explica cómo puedo tocar un ritmo con una pierna menos: Soy incapaz de hacer eso, me dicen. No, lo que tienes que hacer es quererlo, trabajarlo y hacerlo”. Esa es su receta, la perseverancia. “Es la única forma de conseguir cualquier cosa —añade—, tienes que poner todo tu empeño en algo para que te salga bien. No hay más secreto”.
Él mismo lleva sus consejos a la práctica. Así consiguió un puesto en la Potato Head Jazz Band, con la que lleva años recorriendo festivales de todo el mundo. Además, da clases de música y de percusión en Málaga, donde reside ahora, e imparte charlas motivacionales para regar de optimismo a quien lo escuche. Querer es poder es su frase de cabecera y también el nombre del proyecto de charlas motivacionales que busca, a través de la música, “dar herramientas a los asistentes para superar los retos que la vida nos pone por delante”.
El percusionista y compositor Carlos Cortés y el guitarrista y bajista Pablo Guzmán lo acompañan a los colegios, asociaciones, empresas o centros socioculturales donde les toque impartir las charlas, en las que Luis narra capítulos de su vida, siempre entre risas, para motivar a los asistentes a cumplir sus sueños. Pero, ¿a él le queda alguno? “En realidad me quedan unos cuantos”, responde, “como tocar en un escenario delante de 200.000 personas, cantando mis canciones, tirarme en paracaídas, viajar más con mi música, crear mi propia familia…”. Una larga lista de deberes que se pone él mismo y que, seguro, cumplirá.
¿Tiene sentido llamarle discapacitado a una persona como usted?
A mí más que de discapacidad, me gusta hablar de necesidades especiales. A nadie le gusta el café de la misma forma, por ejemplo, y todo el mundo necesita las cosas de una manera concreta para sentirse cómodo. Tony Meléndez (guitarrista nicaragüense que no tiene brazos) toca la guitarra con los pies, tiene dos niños y les cambia los pañales, conduce, va de compras… Son capacidades diferentes.
Entonces, ¿le molesta que le llamen discapacitado?
No porque hay que llamarlo de alguna forma, pero la discapacidad es un mundo muy amplio. También habría que llamar discapacitados a otras personas como los racistas, los homófobos o los machistas. Habría que ampliar el horizonte.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es