Educar para el futuro

La futbolización de la política

Porque ser coherente es lo contrario a seguir fiel a un equipo de fútbol cuando uno no recibe más que disgustos y ve como solo sirve para que se lucren algunos

Publicado: 22/03/2019 ·
10:41
· Actualizado: 22/03/2019 · 10:42
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Autor

Antonio Monclova

Antonio Monclova es biólogo, doctor en prehistoria y paleontología, master en arqueología y patrimonio

Educar para el futuro

Análisis, crítica y reflexión sobre las necesidades pedagógicas de la sociedad para difundir el conocimiento y la cultura

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Suele decirse que el fútbol profesional es algo más que un deporte. Esta apreciación se comprueba por el seguimiento masivo por parte del público de todo el mundo y por la pasión exagerada que despierta todo lo relativo a la competición futbolística.

Esta situación se plasma en el afán con que los aficionados apoyan y defienden a los clubs de fútbol de los cuales son seguidores, especialmente de los equipos que forman parte de la denominada división de honor.

Suele decirse que el fútbol profesional es algo más que un deporte. Esta apreciación se comprueba por el seguimiento masivo por parte del público de todo el mundo y por la pasión exagerada que despierta todo lo relativo a la competición futbolística. Esta situación se plasma en el afán con que los aficionados apoyan y defienden a los clubs de fútbol de los cuales son seguidores, especialmente de los equipos que forman parte de la denominada división de honor.

 Esto no tiene por qué ser malo si se mantiene dentro del terreno de la sana competitividad propia del deporte, pero lo cierto es que sin entrar en fanatismos, sean o no socios de un club, estos fervorosos seguidores pueden actuar como auténticos forofos capaces de desatar las más variadas muestras de apasionamiento cuando se trata de los colores de su equipo de fútbol.

Es evidente y difícil de impedir que esos colores puedan trascender de lo meramente deportivo convirtiéndose en símbolos a los que defender y – lo que es peor – por que luchar. No sé el lector, pero yo suelo preguntarme con sorpresa, a veces con indignación, cómo puede una persona normal y corriente seguir defendiendo a su equipo de fútbol cuando juega manifiestamente mal, pagar sin pestañear entradas carísimas y aceptar que gasten cifras económicas inconmensurables en los jugadores y su entorno.

Y para colmo lo justifica todo porque es un motor económico, lo cual no niego, pero una cosa es la afición y otra la otra. A pesar de la falta de civismo que puede generar el “futbolerismo” (y no generalizo), lo que quiero aquí es constatar que la forma en cómo actúan los forofos del fenómeno del fútbol se ha traspasado lamentablemente a un aspecto de la sociedad tan fundamental como es el de la política.

A menudo se habla de la politización del fútbol y seguramente sea cierta, pero yo quiero hablar de la futbolización de la política, y esto por desgracia también es cierto. Una persona tiene que estar muy autoconcienciada (y autocomplacida) para defender a ultranza algo que no le beneficia, pero raya en la suprema idiotez si defiende lo que además le perjudica.

Alguno acaba de acordarse del dicho “sarna con gusto no pica, pero mortifica”, pues bien, cuando se trata de la política hay que añadirle “también a los que no les gusta”. Y es que esta forma tan generosa de esparcir la sarna no tiene su origen en unas garrapatas que van y vienen sino en una manera de actuar alejada de la coherencia.

Porque los ciudadanos que toman decisiones coherentes en política (sean del signo que sean) aplican la lógica y la razón guiada por sus intereses (lo cual es bueno) y por los de los demás (lo cual es aún más bueno, aunque no siempre sucede). Porque ser coherente es lo contrario a seguir fiel a un equipo de fútbol cuando uno no recibe más que disgustos y ve como solo sirve para que se lucren algunos. 

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