Hace treinta años que todo estalló y aun así hay vida. No se da por vencida la Naturaleza tan fácilmente, tampoco nosotras. Diezmadas, lastradas y sin alma, sobrevivimos a lo que nos echen. La bofetada que le dieron a Carmen Rodríguez Campoamor en la Dirección General de Madrid aún resuena en mi cabeza. Su voz suave, sus ojos inteligentes pestañeando secretos inconfesables porque ser mujer es morir en el intento cuando nacías en el 1900.
No me quejo. No va con mi género, sí el pataleo de la mesa vestida de croché, las levantadas a la brusca y el trabajar con los dientes apretados y las manos encallecidas. Como en Chernóbil salimos a buscarnos la papa, porque es lo que tiene la vida que no atina al darte papeles, ni mira a quién le han correspondido. Por eso salimos a clamar, reivindicamos y peleamos porque tenemos dos pies, dos manos y eternas ganas. La niña -que nació tránsfuga de moisés azul porque no existían las ecografías- se acostumbró a pelear porque era lo que tocaba si querías sacar cabeza en un mundo que no estaba hecho para la igualdad. Hemos sido muchas durante décadas, cuerpos (apilados uno sobre otro) hermanados en la consecución de respirar sin que nos den permiso. Y aun así en Chernóbil brota la yerba, porque Marie Curie irradió fuerza y cuando a Carmen Campoamor la llamaban idiota, enseñaba en la trastienda a leer a camaradas en la ilegalidad.
No somos menos sino precisas, contumaces, levantinas e inspiradoras. No se nos puede menoscabar, demonizar, ni obligar a dar pasos en círculos, ni en pendiente adversa de recorridos inversos. Se nos quiere ver como algo que está reclamando constantemente porque hay quien no se acostumbra a seguir nuestro paso, a caminar con dos piernas, ni a pensar en equilibrio de igualdades. Hay quien no quiere compartir el mundo con la otra mitad de sus pobladoras. Pero nos da igual. A la niña que educaron en la segregación, que veía a los hombres como cosas poco afines en un mundo en el que debía callar y no hacer mucho ruido, le da exactamente igual porque cuando abres los ojos ya no los vuelves a cerrar, ni con lágrimas mojándote la barbilla. No soy un objeto, no soy una marca, no soy consumo, ni ideas que patentar. No soy hija, madre, hermana, suegra y abuela. No soy un engranaje más de ninguna maquinaria oxidada. Soy libre para pensar, para hacer , para disfrutar de todas las posibilidades que se abren cada día en mi Chernóbil particular asolado por la violencia de género, las discriminaciones y esos machismos de uñas sucias que se meten bajo las epiteliales para que no los percibamos. No quiero que ni una más caiga, ni que ni uno menos sufra la consecuencias. Quiero igualdad real. Equiparación salarial. Que nos vean como somos de una puñetera vez. No es poco para alguien que nació condenada a soñar desde un moisés azul.
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