Los malabares tarantinianos giran esta vez alrededor del homenaje extremo al cine, hasta el punto de que la Historia se subyuga a este arte. Desde que Hitchcock decidió matar a la protagonista de Psicosis en la primera media hora de película, nadie había conseguido jugársela al espectador como Tarantino. La excusa para esta elaboradísima burla a todo y a todos es un batallón de judíos americanos, encabezados por Brad Pitt, que llegan a la Francia ocupada con la intención de matar a cuantos más nazis mejor.
Pero las piruetas estilísticas hacen que entren en juego los mecanismos para invertir todos los papeles posibles: el cine bélico se acaba convirtiendo en comedia de situación y el conflicto de personajes en el toque fundamental de toda receta tarantiniana: el spaghetti western. Y desde luego, esos diálogos que han hecho famoso a su autor en el mundo entero.
Malditos bastardos dispara a matar. A veces no da en el blanco, pero otras alumbra momentos de una lucidez despampanante. Y todos ellos están casi siempre relacionados con Christoph Waltz, el actor que encarna a un sádico pero políglota y encantador cazajudíos dispuesto a dinamitar con sus diálogos cualquier tipo de lógica sentimental. El intérprete austríaco, que ganó un merecidísimo premio de interpretación en el pasado Festival de Cannes, convierte Malditos bastardos, a pesar de Pitt, de Daniel Brühl, Eli Roth, Diane Kruger y Michael Fassbender, en un vehículo para su exclusivo lucimiento, en un mano a mano en el que extrae lo mejor de Tarantino.
Frente a la medida perfección de Pulp Fiction, Malditos bastardos desprende visceralidad salvaje, pero eso la hace más vibrante, más verborreica. El ingenio, el delirio soberbiamente canalizado y la mala uva con la que Tarantino ha conseguido regar su amplio metraje -153 minutos- hacen que esta última descubra a su director en mejor forma que nunca.
Más arriesgado. Visionario. Excelente. Ni que decir tiene que sigue bebiendo de innumerables fuentes, copiando sin rubor, abrillantando lo más rebuscado de la serie Z y orquestando todo con música no original. Pero mezcla, agita y busca sinergias tan inesperadas, que acaba siendo absolutamente único. Y Malditos bastardos demuestra que a su genio le queda cuerda para rato.
otros estrenos
A partir de la adaptación de la novela Flores negras para Michael Roddick, de Daniel Vázquez Sallés, el director David Carreras presenta Flores negras, una obra sobre la imposibilidad de engañar al destino y esquivar a los fantasmas del pasado. Tras la caída del muro de Berlín, los espías de los bandos enfrentados tuvieron que comenzar una nueva vida desde cero. Uno de estos agentes secretos, Michael Roddick (Tobias Moretti), decide trasladarse a Barcelona y abrir un restaurante, pero sus antiguos camaradas no están dispuestos a pasar página con tanta rapidez.
Por su parte, el fotógrafo y cineasta Bruce Weber homenajea al afamado trompetista de jazz Chet Baker en Let's get lost, un documental estrenado en 1988 en el que, por medios de numerosos testimonios, se narran los últimos días del músico estadounidense. Para la realización de esta cinta, Weber ha contado con material rodado durante la última gira de Chet Baker y con los testimonios, entre otros, del cantante y actor Chris Isaak o la actriz Lisa Marie.
También con acento español nos llegan los primos Jorge y Guillermo Sempere, que comparten la dirección de Pájaros muertos, una oscura reflexión sobre cómo el miedo a lo desconocido, en las sociedades actuales, impide ver las amenazas que se encuentran más cerca de nosotros.
Desde Hollywood nos llega el guionista y director Chris Columbus -Harry Potter y la cámara secreta, Solo en casa, Sra Doubtfire- estrena en las salas españolas La noche de su vida, una comedia de tintes románticos cuyo protagonista, a golpe de malentendidos, aprenderá a abrazar la diversión que el mundo le ofrece.
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