Diciembre ha vuelto del revés el año 2018. Todo cuanto había ocurrido antes del último mes del año se muestra ahora eclipsado por los
acontecimientos de última hora, que han puesto patas arriba al que se tenía por inexpugnable bastión socialista.
Susana Díaz está a punto de perder el Reino que heredó de sus mayores. Andalucía inició el año con cierto sabor de final de legislatura. Las
elecciones no habrían de celebrarse hasta marzo de 2019, pero todo apuntaba a que Susana Díaz, por segunda vez consecutiva, y convirtiendo la excepción en norma,
no apuraría el mandato. Lo hizo en 2015, cuando escenificó una ruptura con IU, el socio de gobierno que heredó junto con la Presidencia tras la renuncia de Griñán. Y lo ha repetido en 2018.
El PP había puesto en marcha su
maquinaria electoral en enero, eligiendo candidato a
Juanma Moreno, que a punto está de hacer historia convirtiéndose,
con el permiso de Cs y de Vox, en el primer presidente no socialista de la historia en Andalucía. En julio lo hizo
Ciudadanos, que hasta mayo había sido el fiel aliado en la oposición del Gobierno de Díaz. Y los socialistas, algunos, seguían negando oficialmente la evidencia.
2018 también ha confirmado a Susana Díaz como una
estratega política peor que mediocre. Erró en mayo de 2017 cuando quiso convertirse en secretaria general del PSOE, peleando contra quien ella misma había puesto al frente del partido, con la intención, probablemente, de que le mantuviera caliente la silla para cuando ella decidiera ocuparla. Perdió y se volvió a Andalucía esperando ser recibida con los brazos abiertos cual
hija pródiga. Y volvió a equivocar su estrategia en la
planificación de una convocatoria electoral que se le ha vuelto en contra.
Oportunidad perdida
Su eterno enfrentamiento con
Pedro Sánchez la llevó a poner en cuestión la
moción de censura planteada en junio por el secretario general del PSOE contra
Mariano Rajoy. Y no supo valorar hasta qué punto, por un instante al menos, aquello supuso el
blanqueamiento (la nueva palabra de moda en la jerga política) de una marca, la del PSOE, que no pasaba por su mejor momento.
La
ruptura con Ciudadanos ya se había escenificado. Y no tenía ningún sentido. Es verdad que Juan Marín empezó a reclamar el cumplimiento de ciertos acuerdos recogidos en el
pacto de investidura en el tramo final de la misma. Pero también es cierto que antes había tiempo y según avanzaba la legislatura, las posibilidades de sacar adelante lo pactado eran cada vez menos. El detonante fue la supresión de los
aforamientos. Podría haber sido cualquiera.
Sánchez no tardó en
dejar en evidencia a Díaz al proponer una supresión más estética que otra cosa de los aforamientos en España, y con la
financiación autonómica, caballo de batalla de Díaz antes de que Montero ocupara el lugar de Montoro y todas las urgencias se volatilizaran.
Salvo el PP, que ya tenía candidato en mayo, ningún otro partido se había puesto las pilas electorales. Y
los vientos soplaban a favor del PSOE. Aunque cada día que pasaba, el impulso que la moción de censura le había dado
perdía fuelle por culpa del precio que los independentistas catalanes ponían a su apoyo a Sánchez para echar a Rajoy, por el rosario de dimisiones de ministros del nuevo Gobierno, los patinazos del presidente y las contantes contradicciones en el discurso de los socialistas.
La corrupción
La sentencia de la llamada pieza política del
caso ERE, que sentó en el banquillo a dos expresidentes de la Junta, incluido el que le pasó el testigo a Díaz, y a un puñado de exconsejeros y altos cargos de la administración socialista y
cuyo juicio ha ocupado prácticamente todo el año, aún estaba lejos. Y el escándalo de los
pagos en prostíbulos de toda Andalucía con tarjetas de la antigua Fundación Andaluza Fondo Formación y Empleo
(Faffe) aún no había alcanzado las dimensiones que alcanzaría poco tiempo después.
Susana Díaz no supo leer todos esos indicios que, en aquel momento, apuntaban a su favor. Y, sobre todo,
no se vio venir a Vox, que alimentado por la decepción de una moción de censura pactada con separatistas y radicales, se fue haciendo grande en la sombra hasta convertirse, por mor de la aritmética parlamentaria, en protagonista del nuevo ciclo, más por
demérito de los socialistas, que por méritos propios o de la derecha en su conjunto.
Díaz, que tenía la potestad de decidir cuándo celebrar las elecciones, las convocó en octubre para el 2 de diciembre.
Un adelanto técnico, venía a decir. Y más le hubiera valido promover un adelanto en toda regla, a tenor de lo que se le ha venido encima.
Cuestión de aperturas, le confesaría al maestro Karpov.
Cierto que
las encuestas han fallado. Pero no paga el mismo precio un periódico que publica un sondeo que yerra que quien apuesta todo el edificio del poder a esos mimos sondeos. El PSOE se aferra a su
pírrica victoria electoral, aunque los resultados del 2-D empeoraran sus peores resultados de la historia. Y aunque el PP de Moreno tampoco puede alardear de resultado, será él quien blanda el
cetro que empuñó Díaz.