La subclase que no nos merecemos

Que coincidan en el día el homenaje al transfuguismo en Benidorm y la última gracieta de Berlusconi, magnate de medios en Italia, diciendo que la prensa lo tergiversa todo, al mismo tiempo que tiene que pedir perdón a Zapatero por haber calificado de ?rosa? al Gobierno español, me parece sintomático

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Que coincidan en el día el homenaje al transfuguismo en Benidorm y la última gracieta de Berlusconi, magnate de medios en Italia, diciendo que la prensa lo tergiversa todo, al mismo tiempo que tiene que pedir perdón a Zapatero por haber calificado de “rosa” al Gobierno español, me parece sintomático.
No seré yo quien tire una piedra indiscriminada contra el conjunto de la clase política, pero sí me atrevo a decir que el avance de la subclase política está siendo rápido e imparable. Al menos, ni los votantes italianos han sabido/querido pararlo, ni las ejecutivas federal y valenciana del PSOE han podido hacerlo en el impresentable caso de la toma de la alcaldía de la ciudad costera alicantina, testigo de tantos despropósitos, urbanísticos y de los otros. Supongo que algún sesudo parlamentario (absentista), o consejero autonómico (de los de los viajes 'gratis total'), o concejal de Urbanismo (de los de los métodos clásicos), me dirá que exagero, que la clase política es un conjunto de personas, elegidas por el pueblo, preocupadas por el bienestar ciudadano. Que no puede distinguirse entre la condición humana, triste ya de por sí, y la política, tristísimo. No voy a discutirlo. Digo solamente que, si París bien valía una misa, Benidorm vale, al menos, una ruptura materno-filial, un sonrojo pasajero y un mirar hacia otro lado: ahí es nada, con lo rentable que sale la playa de los rascacielos.

¿Diré más? Podría, sin duda. Podría, por citar solamente algunos ejemplos aislados, hablar de la flotilla de audis a cargo de los erarios públicos, de las visitas a Etiopía para conocer de primera mano su sistema parlamentario, de las embajadas autonómicas, de las legiones de familiares-asesores. O del referéndum independentista en Arenys de Mar, en otro, pero no tan alejado, orden de cosas. Esto, querido lector, se nos ha desmadrado -no, no quiero que me expliquen los señores concejales ya ex socialistas los detalles que, según ellos, justifican su traición; tampoco quiero que el PSOE me largue una nota diciendo que en el PP hay más transfuguismo que entre los socialistas, porque con el 'y tú, mas', se quiere justificar la podredumbre--. Y hay que ir pensando ya en una regeneración política antes de que el ciudadano, usted y yo sin ir más lejos, empiece a pensar en cosas como que para qué diablos se están utilizando sus impuestos.

Esos impuestos que suben tras haber destinado ingentes cantidades a sanear bancos -necesario sin duda-, a sufragar compras de coches -puede que incluso conveniente-- y a trasladar de nuevo la estatua de Cristóbal Colón de su actual emplazamiento madrileño -perfectamente prescindible y hasta indeseable derroche de Gallardón, por poner solamente un caso--. Esos impuestos, que pagan lo imprescindible, lo conveniente y también lo perfectamente superfluo, algunos ministerios incluidos. Esos impuestos que pagan a estos tránsfugas de Benidorm y a ciertos 'berlusconianos' de nuestra política.

No seré yo quien se manifieste, a priori, contra la subida de algunos -algunos-impuestos. Según y cómo, y según y dónde. Y para qué. Pero, como cotizante en esta empresa que se llama España, exijo, por citar un ejemplo -podría traer aquí otros muchos--, que a los de Benidorm no les llegue ni uno de los céntimos que yo pago. Ni a los de Gürtel. ¿Quién me puede garantizar eso? Ya veo que ni Zapatero, ni Pajín hija, ni quizá Rajoy, pueden hacerlo. ¿Quién entonces, quién?.

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