La ira que nos corroe

Publicado: 27/11/2018
Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

VISITAR BLOG
La ira es el signo de los tiempos. Nos sacude en todo occidente, en general, y a esta cainita España de nuestras entretelas en particular
La ira, uno de los siete pecados capitales, nos corroe. A usted, a mí y al vecino del quinto. No queremos reconocerlo, pero sentimos su mordedura en nuestros adentros, emponzoñada por un vidrioso deseo de venganza. La Academia define a la ira como un sentimiento de indignación que causa enojo, un apetito o deseo de venganza, una repetición de actos de saña, encono o venganza. Mal rollo, vamos.  ¿Indignación? ¿Enojo? ¿Deseo de venganza? ¿No es eso lo que usted y yo albergamos en nuestros adentros? Seamos sinceros y reconozcámoslo, así, al menos, aliviaremos la carga de rabia que sobrellevamos.

Albergamos ira, sí, pero, ¿por qué? El Dalai Lama advierte que la ira nace del temor, y éste, de un sentimiento de debilidad o inferioridad. El gurú tibetano tiene razón, el temor es la causa principal de la ira que nos corroe. Temor a una nueva crisis económica, temor a una sociedad digital que todavía no logramos entender del todo, temor a la soledad, temor a perder el empleo, temor a quedar obsoletos en esta vertiginosa cabalgaba sobre el potro desbocado de la tecnología, temor a quedarnos sin casa, temor por el futuro de nuestros hijos, temor porque los más jóvenes nos dejen tirados en la cuneta, temor a que los mayores no nos dejen avanzar. Sentimos temor ante las incertidumbres que nos genera un mundo en el que todo cambia rápido. Estamos temerosos de unos tiempos fluidos y esquilmados por una crisis que nos empobreció hasta límites impensables hasta hace unos años atrás. Nos sentimos individualmente débiles ante los que consideramos poderosos,como políticos, empresarios, famosos, aparatos del Estado, y contra todos ellos volcamos la ira maldita. Sólo así logramos aplacar temporalmente el hambre monstruosa de nuestra ira.

La ira atesora una enorme energía. Y la energía, como sabemos, ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Por eso, el buen político, es el que sabe canalizar las energías que fluyen. Esa energía puede ser usada en positivo o negativo. En positivo si se emplea en transformar la realidad, en trabajar por conseguir metas comunes, en avanzar. En negativo si se emplea contra alguien, si se utiliza para destruir simplemente por el alivio que esa brutal catarsis nos supone. ¿En qué fase estamos? ¿En volcar nuestra energía en construir o en destruir? La respuesta es evidente, basta darse una vueltecita por ahí, leer los mensajes del móvil o escuchar la radio. Nuestra ira nos empuja a la destrucción, mala cosa para nuestra salud mental y para nuestro futuro. Mark Twain ya advirtió que la ira es un ácido que daña más al recipiente que la contiene que a aquello sobre la que se vierte. Una sociedad que no sepa canalizar adecuadamente su ira caminará hacia la dolorosa autodestrucción, una persona que no logre encausar la ira que le corroe terminará provocándose más daño a sí misma que el que produzca a los demás.

La ira es el signo de los tiempos. Nos sacude en todo occidente, en general, y a esta cainita España de nuestras entretelas en particular. La ira genera populismos totalitarios, como podemos comprobar, con todo el potencial destructivo que le exigimos a sus líderes. Sólo si atacan y destruyen nos sentimos mejor. Pero cuidado. Si hoy volcamos la ira contra políticos, partidos e instituciones, pronto lo haremos contra el que piense diferente, o contra el vecino incómodo. La crispación y violencia que hasta ahora hemos provocado a distancia, pronto se asentará en nuestro entorno, si no logramos encauzarla, primero, y sanarla, después.

Necesitamos aplacar nuestra ira, curar nuestros corazones. Si no lo conseguimos, nos autodestruimos con gran aparato y dolor. Que nuestros líderes nos ayuden a encauzarla en positivo. Que la energía de nuestra ira sirva para construir un futuro próspero y no para eliminar al adversario. Ojalá logremos apaciguar nuestra ira con el adecuado encauzamiento porque, de fracasar en el intento, tras destruir a los políticos, nos destruiremos a nosotros mismos. A lo peor, eso es lo que hemos decidido ya, sin que lleguemos a saberlo, todavía, ni nosotros mismos.  

© Copyright 2024 Andalucía Información