Notas de un lector

Benditas sean las mujeres

Ocho años después de su último poemario, Pepa Caro da a la luz “Volver por las aceras sin memoria” (Editorial Adeshoras,  2018).

Publicado: 12/11/2018 ·
17:09
· Actualizado: 12/11/2018 · 17:09
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Ocho años después de su último poemario, Pepa Caro da a la luz “Volver por las aceras sin memoria” (Editorial Adeshoras,  2018). En su anterior libro, “Las calles de la lluvia”, ya fluía la acordanza de una infancia que aún permanece cosida con hilo grueso al corazón. Con una mirada y una voz plenas de nostalgia, asomaba por entre sus versos la certidumbre de un ayer que cobijó la dicha, la materia enamorada de un tiempo de azules y conjuros. 

Ya en la segunda sección de aquel libro y bajo el título de “Mujeres de lluvia”, Pepa Caro dedicaba un apartado a rememorar con admiración el empeño y la generosidad de tantas féminas que guardaron en sus entrañas el dolor y la ventura de sus días.

Ahora, esa presencia, se hace aún más vívida al par de estas páginas concebidas a modo de homenaje: “Pensé en cuantas mujeres siendo yo una niña, se cruzaron en mi vida, eran mujeres valientes, sufridas, curiosas, otras eran silenciosas o alborotadoras…; mujeres que poblaron mi barrio, que pasaron una y mil veces por aquellas aceras y ya nada quedaba de ellas, solo olvido”, confesaba días atrás la propia autora en una entrevista.   

    Doce poemas de largo aliento y sostenida narratividad conforman este conjunto. Una cita de Manuel Alcántara -“…ponerse a hablar de usted consigo mismo,/ volver por las aceras sin memoria”- sirve de pórtico y abre la melancolía de la autora arcense: “Qué larga paradoja convivir con mi infancia y deshojarla/ siquiera sea por entenderme/ a duras penas con la tierra/ siquiera por no abandonar/ recuerdos que contra mi pecho/ solicitan la lumbre/ de un puñado de poemas”.

     Por el tiempo de los otros, por el espacio ajeno, se cuela la mirada lúcida de Pepa Caro. Y desde ella, sabe cómo reunir en cada verso los paisajes comunes, los momentos cercanos en donde sus párpados iban descubriendo la algarabía de la adolescencia y ese sabor que concede de forma irrenunciable la vida adulta. Tras el azogue de su verdad, va surgiendo el reflejo y el latido de aquellas que se fueron tempranamente, de aquellas que batallaron contra viento y marea en pro de sus familias, de aquellas que pusieron su ánimo mejor en una época compleja y desigual.  Y así, Carmela la partera, Jerónima la portera del Convento, Soledad, la huérfana, …van tomando su sitio exacto entre estas páginas, donde también la muerte tiene su cabida y su duelo. El mismo que acompaña al lector a través deMani, la amiga mejor: “Como podré olvidar aquel cortejo/ saliendo de la casa de su madre/ bajando por nuestro barranco/ y ella ya sin brújula ni camino/ junto al silencio solemne de los cipreses”.

     Dice Antonio Hernández en su certero prólogo que es está una poesía sentimental, “pero de esa entelerida  que Juan Ramón, quería asociada, a lo sensible y sensitivo. Y solidaria en el sentido humano. ese ideal que, como el árbol, tiene sus raíces en la tierra, y en lo inmediato”.

Y sin duda que, entre su tierra arcense y femenina, su hoy, su ayer y su mañana, se mueven los hilos de estos poemas que encienden la lumbre del alma, que reúnen el enigma y la caricia, la esperanza y el desconsuelo, el adiós y el regreso de tantas vidasinolvidables: “Benditas sean las mujeres/ que vinieron a mí sin previo aviso/ colándose por el portón del poema./ Solo así las hice mías para siempre”.

 

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