Quien a buen árbol se arrima...

Filosofía del riesgo

Anne Dufourmantelle fue una filósofa y psicoanalista francesa que defendió el riesgo como parte integrante de la vida, del que no podemos prescindir...

Publicado: 23/10/2018 ·
23:07
· Actualizado: 23/10/2018 · 23:07
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Autor

Manuel Ruiz

Manuel Ruiz es biólogo y ocupa el cargo de presidente de la Asociación Ecologista GEA de Jaén

Quien a buen árbol se arrima...

Cuaderno sobre la importancia de ser responsables medioambientalmente y otras cuestiones culturales y patrimoniales de Jaén

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Anne Dufourmantelle fue una filósofa y psicoanalista francesa que defendió el riesgo como parte integrante de la vida, del que no podemos prescindir sin desprendernos también de aspectos relevantes de la misma, como la libertad, la autenticidad o la propia sensación de estar vivos. El destino le preparó el escenario en el que debatir sus propias ideas, porque falleció el 21 de julio de 2017 cuando intentaba salvar a unos niños de morir ahogados. En su obra señala cómo la sociedad occidental ha ido buscando el riesgo cero, aspecto que se hace notorio con la proliferación de seguros de todo tipo, y cómo paradójicamente, en el momento de la historia en el que más seguridad tenemos (al menos en Europa), es cuando vivimos con más miedo a perderla. Las ideas de esta filósofa son valientes, desconcertantes quizás, pero también llenas de sentido común. Con ser valiosa esta aportación de Anne Dufourmantelle, no es nueva. Por ejemplo, hay toda una tradición estoica que se siente cómoda con la asimilación del riesgo, y que lo incorpora a sus propias formulaciones filosóficas de manera implícita. Sin ir más lejos, Epicteto aconsejaba que nos preocupemos sólo de lo que depende de nosotros. Asumir el riesgo es asumir la vida en su integridad, porque la posibilidad de perder o ver afectada cualquier faceta de nuestro día a día es inherente a la existencia misma. Anhelar una vida sin riesgo es instalar en ella el miedo permanente, disfrazado de prevención, dejar pasar oportunidades maravillosas que sólo requieren atención y disponibilidad, evitar las situaciones cercanas al límite, donde realmente conocemos nuestros valores más apreciados. Sin embargo asumir que el riesgo forma parte de la vida no debe llevarnos a aceptar una conducta temeraria. Hay una delgada línea que las separa, y no existen criterios inequívocos para saber si pisamos la margen del riesgo aceptado o la de la temeridad. Sólo la propia experiencia consciente y el sempiterno sentido común permiten a cada cual modular sus decisiones entre el riesgo y la prudencia. En definitiva, asumir el riesgo inherente a cualquier acción nos proporciona una perspectiva formidable desde la cual poder orientar las decisiones. Nos devuelve la libertad del que puede equivocarse por haber actuado, mil veces mejor que equivocarse por la parálisis ante el riesgo. Él es nuestro aliado, porque nos despierta y nos mantiene atentos a percibir los dones del “héroe cotidiano”.

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