Sevillaland

Vida local

Caen unas gotas, sucias, y agradezco que la naturaleza no nos abandone aún a nuestro destino, la sequía final. Cada treinta segundos de promedio...

Publicado: 14/10/2018 ·
21:43
· Actualizado: 14/10/2018 · 21:43
Publicidad Ai Publicidad Ai
Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

Sevillaland

Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

VISITAR BLOG

Caen unas gotas, sucias, y agradezco que la naturaleza no nos abandone aún a nuestro destino, la sequía final. Cada treinta segundos de promedio, 11.000 semáforos -la mitad de los existentes en Sevillaland- pasan a verde, y los coches lanzan al arrancar miles de bolas de humo. La ciudad mata, pero en el entretanto procuramos adornar el breve lapso de vida del que disponemos con goce. Sevilla es muy de gozar, lo leo en las guías, que nos han traído a millones de coreanos (no, no son japoneses) y franceses en busca de los mismos pintoresquismos nativos que sedujeron a los viajeros románticos del XIX.

Es domingo, bien de mañana. Dos docenas de veinteañeros se apoyan en coches y fachadas fuera del bar Manolo. Ríen sin pausa. Es obvio que llevan toda la noche en vela. Reconozco a algunos eximios miembros de la escena cultural local. Sé que es contradictorio eximio y cultura local; pero, bueno... La cola de los que sí hemos dormido por la noche crece frente a la freidora del puesto de churros, como el trasiego ante la iglesia de la Macarena. Uno de los eximios sale del bar con otra ronda de cerveza remedando movimientos del señor De la Calzada, que se removería en su tumba (con su singular estilo espástico) si viese tan burda imitación.

Reparo en que todos somos de raza blanca. Y, sin embargo, este punto de Sevilla es fronterizo. Intramuros, se retuerce la trama de un barrio castizo. Hacia fuera, se expanden bloques repletos de pisos patera, locutorios, bazares, y ninguna hermandad. A pesar del cruce de caminos, no se aprecia a nadie que no sea de raza caucásica, como dicen las pelis. Ni siquiera entre los fieles de la Virgen que acceden al edificio; y mira que los conventos locales no alojan casi otra cosa que señoras negras o asiáticas.

Recuerdo que nunca he visto en Sevillaland a dos subsaharianos con botellines en la mano y camballás en el cuerpo al amanecer. Ni a peruanos o ecuatorianos lanzando el envase de lo que sea al suelo. Ni siquiera a asiáticos gritando por un partido de fútbol.

Y, sin embargo, crecen los que piensan -ay, Morante, al final saliste rana, esas patillas no son goyescas, sino sólo charlotescas- que el extranjero es culpable, así, en general. Una corriente de odio recorre el mundo embistiendo a los que no odian.

Llueve de nuevo. Alguien marcha con una esterilla para su clase de yoga bajo el brazo; otro se mira en el cristal de una de esas barberías estilo salvaje oeste tan de moda. Al final se ha caído el imitador de Chiquito, derramando las cañas en la valla del Parlamento.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN