Educar para el futuro

El juego de las opiniones: el poder de ciertos calificativos

¡Fascista! ¡Racista! ¡Homófobo! ¡Machista!

Publicado: 21/09/2018 ·
09:01
· Actualizado: 21/09/2018 · 09:01
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Autor

Antonio Monclova

Antonio Monclova es biólogo, doctor en prehistoria y paleontología, master en arqueología y patrimonio

Educar para el futuro

Análisis, crítica y reflexión sobre las necesidades pedagógicas de la sociedad para difundir el conocimiento y la cultura

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¡Fascista! ¡Racista! ¡Homófobo! ¡Machista! Estos y otros calificativos pueden ser utilizados contra cualquiera en mitad de un debate para intentar quitarle la razón de golpe y porrazo. Para que surtan efecto solo hace falta que la persona así calificada se quede callada y que el público lo asuma ¿Por qué está ocurriendo esto cada vez más? Lo analizaré brevemente.

Las semanas anteriores he tratado sobre la autocensura y coacción a la libertad de opinión que impone lo políticamente correcto y el buenismo sobre todo lo relacionado con ciertos temas y minorías socialmente desfavorecidas. El peor no es que dicha imposición sea propugnada por una supuesta progresía que dice actuar en nombre de la sociedad, lo peor es que se aplique a ese todo,  cuando solo deberían censurarse aquellas opiniones que sean o induzcan a delitos.
Pero los que promueven lo políticamente correcto y el buenismo saben que no son delictivas todas las opiniones y actuaciones que ellos consideran intolerables, por lo que están intentando que se legisle a la carta para que si lo sean, sin querer darse cuenta de que están poniéndole una soga al cuello a toda la sociedad, incluido a ellos mismos.

De momento, y a falta de un amparo legal, se limitan a señalar la perversidad de los que no opinan como ellos.

Pero para ganar un debate logrando que el público reniegue de las opiniones y postulados del adversario debido a su perversidad ideológica, hay que demostrarla. Para conseguir que el discurso propio prevalezca frente al del contrario lo normal es refutar sus argumentos aportando datos y razones, pero entre los que no disponen se ellas hay cada vez más que lo consiguen estigmatizando al adversario mediante calificativos tales como fascista, homófobo, racista o machista, aunque sea mentira.

Es una forma de ganar el debate introduciendo en él la supuesta perversidad ideológica del adversario y por tanto la de sus opiniones y postulados.
El método seguido por esta mezquina estratagema consiste en aprovechar cualquier resquicio del discurso del contrincante para tergiversar su mensaje, he incomodarlo con calificativos despreciables para que renuncie a su opinión o no se atreva a expresarla.

El truco sale bien si la persona con la que se debate se acobarda y el público se muestra satisfecho con tan triste situación.
Nuevamente termino recordando que somos responsables de educar a las nuevas generaciones, en este caso para que defiendan sus ideas solo hasta donde la razón se lo permita, y para que sean valientes no dejándose avasallar por las opiniones y actuaciones simplistas y absurdas de tanto supremacista moral. Además, no se queden callados ante los calificativos ruines y exijan que se aclaren.
 

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