Arcos despide con lágrimas a su hija adoptiva Concha Vivas

Falleció a la edad de 92 años tras una intensa vida de entrega abnegada al prójimo. Familiares, amigos y políticos de la ciudad le dijeron su último adiós en San Francisco

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  • El féretro con los restos mortales de Concha Vivas entra en San Francisco ante la mirada de las autoridades. -
Después de recibir los sagrados sacramentos, a la edad de 92 años falleció Concha Vivas, una de las mujeres claves en la historia reciente de la ciudad por haber participado de lleno en la educación de varias generaciones y en el alumbramiento de centenares de niños como asistente partera.
Con las palabras del sacerdote Manuel Rodríguez Salas y la parroquia de San Francisco como escenario, el pueblo de Arcos le rindió su último adiós en un sencillo pero emotivo acto, donde incluso se comentaron las anécdotas que salpicaron su vida.
Al sepelio, celebrado puntualmente a las 12.00 horas del pasado jueves, asistieron desde la corporación municipal hasta prácticamente toda su familia, pasando por decenas de amigos, compañeros e incondicionales, entre los que se pudo ver a la propia alcaldesa de la ciudad, Josefa Caro, hasta el ex alcalde Juan Manuel Armario, el poeta Pedro Sevilla o el ex inspector provincial de Educación, Víctor Correa.
Concha Vivas, hija adoptiva de la ciudad, se encontraba desde hacía un tiempo convaleciente, arrastrando el peso de su edad, aunque su vida estuvo marcada por su salud y su vitalidad intrínseca.
Sus restos mortales descansan ya en el cementerio municipal de San Miguel, donde fueron conducidos por sus sobrinos, familiares y amigos. La Policía Local de Arcos tuvo incluso que regular la circulación en la calle San Francisco por el tráfico de vehículos generado por el sepelio, el cual colapsó los aparcamientos aledaños a la parroquia.

Su biografía
Concepción Vivas González, Concha Vivas como se le conocía, nació en Villamartín el 26 de mayo de 1917, “el año en que se fue el puente...” (por la famosa riada). Llegó a Arcos con tan sólo tres años por el traslado laboral de su padre, entonces operario de la compañía eléctrica. Después regresó a Villamartín y de nuevo a Arcos. Su padre se había hecho guardia civil y fue trasladado al viejo cuartelillo de la calle Maldonado como responsable de la sección de caballería. El destino quiso que aquel cuartelillo se asomara al colegio de las Nieves, del que guardaba un cariño especial.
Su faceta más conocida fue la de practicante, como se llamaban antaño a los actuales ATS, aunque su vocación se declinaba por el magisterio, tal vez influenciada por una antigua maestra que conoció en El Bosque, cuya amistad siempre recordó con gran cariño. Realizó el célebre bachillerato de siete años y pudo convalidar sus estudios para ser enfermera y después maestra.
Guardaba recuerdos entrañables de profesores como don Laureano y don Joaquín, con quienes estudió bachillerato. También de don Feliciano Gil, con el que se preparó para convertirse en practicante. Ninguno de los profesores que tuvo le cobró jamás un real por las clases, lo cual llevaba en su memoria con gran orgullo. Para completar sus estudios como sanitario, marchó a Cádiz, ciudad en la que conservaba un piso.
No es de extrañar que su primer recuerdo de Arcos fuera su belleza, la cual le impactó siendo muy niña. De Arcos solía decir que “ahora es una ciudad maravillosa, sobre todo porque ya no existe el clasismo de antes”. También quedó completamente impresionada por la Semana Santa de Arcos, llena de pasiones, de cristos y vírgenes desfilando por las calles, lo cual le enamoró hasta tal punto que nunca se despegó de la celebración, a pesar de sentir también gran devoción por el Cachorro sevillano.
Fue una mujer religiosa, aunque en el último tramo de su vida olvidara con facilidad las oraciones. Compadecía a los políticos “porque sufren los avatares de la profesión”, algo de lo que se percató a través de sus republicanos tío y abuelo.
Concha fue además una mujer sensible a las artes, especialmente a la pintura y a las que requieren del hilo y la aguja para diseñar las ropas del hogar.
Mujer de grandes y sinceras amistades, recordaba especialmente a Isabel Núñez, María Gómez y, cómo no, a Julio Mariscal, a quien conoció siendo muy joven y gracias, curiosamente, al mundo del zodiaco. Con el insigne escritor le nació una gran amistad que nunca se rompió. Más tarde, Julio Mariscal fue su profesor de literatura cuando estudiaba magisterio.
Concha Vivas fue, desde luego, una mujer lanzada y liberal, y en más de una ocasión recibió el insulto de “marimacho” por sus costumbres, sobre todo por su afán de aprender y conocer los entresijos de las cosas. Quizás esas cualidades, en otros tiempos mal vistas en una mujer, le fueron heredadas de su madre, una mujer que se crió y vivió en las famosas Huertas de Benamahoma, a los pies de la Sierra del Pinar.
Pero Concha fue también una auténtica institución dentro de su familia, y probablemente el miembro más respetado por su cultura. Además, una mujer a la que nunca le faltaron muestras de cariño, aunque admitiera que cada homenaje le servía para “ponerse mala”. De hecho, excepto la placa conmemorativa que le fue concedida por su nombramiento de hija adoptiva de Arcos, ninguna de reconocimientos anteriores y posteriores colgaba de las paredes de su casa: un gesto de sencillez absoluta. Solía reflexionar sobre las cosas y los acontecimientos, en particular sobre los jóvenes, por los que sentía gran admiración pese a sus críticas. Pese a poseer el carné, siempre se confesó una mala conductora, como manifestó en una entrevista realizada por este periódico en 2007.
Para ella, el secreto de la longevidad era no sentarse a ver la televisión, andar mucho, dormir poco y comer menos, pero sobre todo mantener la mente ocupada. Solía decir que el secreto de la felicidad es “no odiar a nadie por mucho daño que a uno le hagan”.

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