Se trata, por tanto, de un negocio, que posiblemente se acabe extendiendo al resto de grandes superficies, bajo el amparo de una apuesta por la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente, pero un negocio al fin y al cabo. Por eso, tanto desde el lado de los ecologistas como el de los propios consumidores se ha defendido esta propuesta, sobre todo por lo que tiene de sensibilización al ciudadano sobre la necesidad de utilizar materiales reutilizables como el papel o de no abusar, como se suele hacer, de un consumo desmedido de estas bolsas de plástico sin pensar en las consecuencias que pueda tener para la naturaleza, aunque también se haga especial hincapié en que todo el dinero que se va a ahorrar la empresa se debería reinvertir en los clientes y no acabar sólo en el apartado de beneficios de la multinacional.
Y aunque parte de estos beneficios se podrán perder si se vuelve, como cabe esperar, a la vieja tradición del carrito de la compra, que evitará que se consuma, y se paguen, las bolsas de papel, también es justo resaltar que lo que está haciendo Carrefour no es sólo una apuesta por el medio ambiente, sino una operación de marketing, totalmente legítima, para vender una imagen y, de paso, hacer un negocio.
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