Si hay un nombre que, entre el ochocientos y el novecientos, representa el temperamento más drástico de la alquimia lingüística aplicada a la literatura, es sin duda el de Alfred Jarry (1873-1907), y ello por haber sido el progenitor de la ciencia más exacta e infalible de todas como es la Patafísica. Audazmente simbolista —más bien post-simbolista— en Les minutes de sable mémorial (1894), Jarry está presente en la antología de Bernard Delvaille (La poésie symboliste, 1971), un Jarry aún en deuda con Verlaine y Mallarmé: sugerir, pero también “confusion et danger”, afirma en el prefacio del poemario, donde asimismo introduce la esencia del texto poético: “simplicidad condensada, diamante del carbón, obra única hecha de todas las obras posibles ofrecidas a todos los ojos que rodean al faro argus de la periferia de nuestro cráneo esférico.” En 1895 publica César-Antéchrist, una pieza dramática que recuerda a un misterio medieval, compleja alegoría en torno al Adversario de Dios, en la que comparecen proyecciones teológicas y metafísicas, además de lo herético y el absurdo. Esta obra es ya la tentativa de Ubú enclaustrada en una borrosa atmósfera de apocalipsis con inconfundibles bocanadas de ocultismo; toda una dinámica cuyo objetivo es dotar de sentido a Ubú rey, siendo la primera progresión hacer de Ubú un doble del Anticristo. Y ahora es cuando entran en acción los ocultistas, como el caso de Stanislas de Guaïta y su obra El Templo de Satán (1891), de donde Jarry probablemente tomó el esquema del periplo del Anticristo —el Apocalipsis— como una pasión de Cristo pero a la inversa, por analogía invertida mediante un tratamiento desde la Patafísica, la cual ya estaba esbozada antes de su plena estructuración científica en Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico (1898). La abstracción generativa del símbolo es el fundamento del método analógico que, siempre según las propuestas ocultistas, estaría en la génesis de las técnicas expresivas de Alfred Jarry, lector insistente de Papus, Éliphas Lévi, Péladan, Guaïta y los cabalistas; pero, en César-Anticristo, todo explota y salta por los aires nada más entrar en escena el terrible Ubú, es decir, en el ‘Acto Terrestre’: “Eh bien mes amis, je suis d'avis d'empoisonner simplement le Roi en lui fourrant de l'arsenic dans son déjeuner. Quand il voudra le brouter il tombera mort et ainsi je serai Roi.” Aquí la contradicción no existe, puesto que en el ‘Acto Heráldico’ se enuncia el “axioma de los contrarios idénticos, el patafísico, enano cimero del gigante, más allá de la metafísica; es (…) el Anticristo y también Dios, caballo del espíritu, Menos-en-Más, Menos-que-es-Más, cinemática del cero que se queda en los ojos, poliédrico infinito.”
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