Sevillaland

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Cada vez me gusta más Sevillaland. Sin sarcasmo. No echo de menos casi nada de lo que ha cambiado; al contrario, me seducen sus nuevos rumbos, posibilidades...

Publicado: 15/07/2018 ·
23:15
· Actualizado: 15/07/2018 · 23:15
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

Sevillaland

Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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Cada vez me gusta más Sevillaland. Sin sarcasmo. No echo de menos casi nada de lo que ha cambiado; al contrario, me seducen sus nuevos rumbos, sus posibilidades y realidades. Nuestra ciudad vive una efervescencia cultural, y las galas de los premios Goya, Max y Forqué sólo lo confirman. No hay forma de creación sin su correspondiente cita anual. Aparecen editoriales independientes, se escribe y publica mucho; numerosas salas de teatro no cesan de programar; incluso el cine ha logrado un espacio propio como industria. Sólo las artes plásticas no parecen vivir ese brío.

La ciudad toma impulso desde la sociedad civil y se nota en calles y empresas. Hay ganas de gustar, de belleza; desde la estética personal hasta el interiorismo de los negocios. Aparecen actividades locales antes impensables, por su innovación puntera o por su expansión a lo ancho del planeta.

De acuerdo, también hace más calor (no este año), los jardines hay que vallarlos, quieren ser funcionarios los universitarios, gruñen siempre los policías locales, los cofrades cortan cada vez más calles, y siguen igual de intensitos los futboleros. Y sobre todo, sí, convivimos con sevillanos/as de puño de hierro y mandíbula de cristal, para quienes en ‘su’ Sevilla imaginada no cabe la del discrepante.

Pero los noto en recesión. Incluso a los viejos columnistas de prensa, cascarrabias sin solución, se les lee con el cariño del ‘deja vu’ (semanas atrás, uno escribía que prefería en su calle, Mateos Gago, coches antes que peatones, pues eran menos ruidosos, y además no paseaban “medio desnudos”. Qué deliciosa y decimonónica reliquia).

Cada vez me gusta más Sevillaland. La tolerancia aumenta, como los peatones, los conciertos, marcas de cerveza, formas de vivir en familia, deportistas o el libertinaje sexual, qué demontres. Las parejas homo se besan en la calle, en verano hay festivales musicales, despegas de ella en avión a cualquier parte, recogemos las cacas de los perros, protestamos por falta de zonas verdes o de contenedores de reciclaje, usamos la bici, y hasta muchos hablan inglés...

No añoro la ciudad desconchada y rural a la que llegué en 1982. Ni las pavías de bacalao de no sé qué sitio, ni las sillas de enea. Sevilla vive una época que, con sus lacras eternas, como el paro o la molicie, es igual de apasionante para ser aprovechada que la famosa de 1992. Además, a pulso, con poca respiración asistida oficial.

A aprovecharla, porque igual de expertos somos en decadencias. 

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