Sabido es que la tras la muerte de su tío paterno, Guillermo IV, la reina Victoria de Inglaterra subió al trono en 1837. Apodada “la abuela de Europa”, su mandato de sesenta y tres años se convirtió en el más largo de la historia del Reino Unido. En un tiempo y espacio similares transcurrió la vida de Algernon Charles Swinburne (1837 - 1909) uno de los más grandes poetas ingleses de la época victoriana. Aunque de familia acomodada, su espíritu disperso y su desordenado acontecer, le comportaron un universo personal pleno de excentricidades.
Valga recordar que las citadas décadas tuvieron momentos de grandeza y desamparo. El desarrollo e industrialización del país contrastó con la rigidez de las normas sociales. La humillante disciplina que se aplicaba en las escuelas -se permitía el castigo corporal y se realizaba de modo habitual- produjo en Swinburne un efecto imborrable. Desde su juventud, frecuentó los burdeles en busca de un placer sexual basado en el dolor causado por prácticas sadomasoquistas. Unido a esta adición, el alcoholismo y sus frecuentes desmayos semiepilépticos conformaron un cuadro desolador para su día a día. En 1879, y gracias a la intercesión de Theodore Watts-Dunton y las dos hermanas de éste -que acogieron a Swinburne en su casa Putney, en las afueras de Londres-, el poeta inglés vivió apartado de sus antiguos vicios. En aquellas tres décadas se entregó a la traducción, a la crítica y a completar su personal obra lírica y dramática.
Y, de todo ello, da buena cuenta la “Antología Poética” editada recientemente por Hiperión. La presentación, traducción y notas han corrido a cargo de Adolfo Sarabia (1928 – 2015). Las excelentes versiones al castellano vienen aderezadas con un profuso y revelador estudio de las principales claves humanas y literarias de Swinburne.
El éxito alcanzado en 1865 con su “Atlanta en Calydon” fue el inicio de una trayectoria desigual, pero tenaz, y la cual ha ganado en vigencia y reconocimiento con el paso de los años.
La muestra aquí reunida es amplia y permite al lector valorar en buena lid el decir de un autor extremo, sensible, sarcástico, diletante, comprometido y visceral. Su gran amigo, el poeta y pintor Dante Gabriel Rossetti dejó escrito: “Dulce es amar, mas, ¡ay de aquel anhelo/ que naufraga en la vida!…”. Como si de una premonición se tratara, Swinburne conoció ese naufragio en la Isla de Wight, en casa de su tía Mary Gordon y su prima Mary. El cariño que ambos habían compartido en la infancia se trocó en amor desmedido. Pero el nivel de consanguinidad era tan palpable que los padres de los jóvenes desaconsejaron la relación. Finamente, acordaron para Mary un matrimonio con un coronel del ejército al que ella dio, al cabo, su obligado consentimiento.
De aquel dolor surgió su extenso poema “El triunfo del tiempo”, uno de los monumentos de amor más conmovedores que ha dado la literatura. En estos versos, cabe toda la esencia de un autor que hizo del dolor mudanza lírica y que ha dejado como imborrable legado del conjunto la verdad de su intenso quehacer: “En el rodar del tiempo y el cambio de las cosas,/ el clamor y el murmullo de la vida futura,/ tras beber el amor, allá en los remotos manantiales,/ por el amor cubiertos como por árbol de abrigadas ramas,/ nos hubiéramos hecho como dioses los dos, como dioses del cielo (…) ¡oh, amor, mi amor, si a mí hubieras amado solamente!”.
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