Tal como era de esperar, el presidente del Gobierno tiene que comenzar a pagar las facturas de la moción de censura y su investidura. Y esa primera factura bien se sabía que iba a llegar desde el País Vasco. Los votos que le llevaron hasta la Moncloa, de la mano del PNV, no iban a ser de balde, por mucho que hubieran prometido desde la bancada socialista que el presupuesto elaborado por los populares, en el que uno de los mayores beneficiados eran los vascos, fuera a mantenerse y defenderse. La jugada del PNV ha sido maestra: trinco por los dos sitios.
El anuncio del presidente pasa por estudiar primero los casos de los etarras con enfermedades terminales o muy graves, el de los mayores de 70 años y el de aquellos que hayan cumplido gran parte de su condena. También la medida, según el presidente, es entre otros motivos para que los familiares puedan tener más facilidades para visitarlos. Además, antes de los traslados se hablará siempre con las asociaciones de víctimas. Pero en ningún momento dice que sólo se aplique este acercamiento a los que cumplan con estas singulares características, por lo que se entiende que con el paso del tiempo y el natural enfriamiento del asunto, la medida del acercamiento de los presos a las cárceles de País Vasco no será excluyente, si bien el ministro Marlaska afirma que se realizará "un estudio personalizado de cada recluso y que en ningún caso habrá traslados colectivos, como ocurrió en otras épocas". El tiempo, como siempre, nos dirá qué sucede. El tiempo, que es el que pone a todo el mundo en el lugar que le corresponde.
Hasta aquí todo parece medianamente correcto desde el punto de vista legal. Escrupulosamente, el acercamiento de presos no sería una concesión política a cambio de nada. Sería estricto cumplimiento de la ley. Y la ley señala como pena la privación de libertad, pero no el alejamiento.
Pero yo me pregunto si esos presos que van a comenzar a ser acercados a sus lugares de origen han tenido algún gesto no sólo con las víctimas sino con usted y conmigo, españoles de a pie. Esos presos, ¿han rechazado de forma notoria la violencia? ¿Se han desvinculado de la ya extinta banda criminal? ¿Han reconocido que los hechos perpetrados eran crímenes? Y la más importante: ¿han pedido perdón al menos a las víctimas que fueron dañadas con sus acciones o a sus hijos y familiares?
Señor presidente: empiece usted por este requisito y déjese de estudios personalizados de cada uno de los presos. Le irá mejor. Incluso su política de comunicación será más cercana a todos los ciudadanos. Mejor que las fotos de sus manos...
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