El Loco de la salina

Los viejos y las calabazas

Al final, a los maestros jubilados los quieren convertir en la generación del silencio.

Publicado: 18/06/2018 ·
01:02
· Actualizado: 18/06/2018 · 02:19
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Tengo claro que la mayoría de los que leen estas líneas son mayores de edad, pero no viejos, sino entraditos en años. Yo también me sumo a este grupo y a mucha honra, porque el porvenir está en el aire y nadie lo ha visto, pero lo vivido lo llevamos en la memoria y en nuestras carnes y eso no hay quien lo pueda borrar. Además, la mayoría de los jóvenes no tiene prácticamente tiempo de leer nada que no sea el móvil. Incluso algunos piensan que somos muebles que ya están a punto de ser tirados a la basura.

Decía Miguel de Cervantes en el Quijote refiriéndose al tunante anónimo que lo puso de viejo: “Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo…, como si hubiera estado en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí…” Parece que a las nuevas generaciones que nos siguen les resultamos gente terminal, grupo en proceso de extinción, personal que ya ha dado de sí todo lo que tenía que dar, colectivo que solamente genera quebraderos de cabeza y que lo nuestro es quedarnos quietos viendo las obras. 

Pues bien, durante estos días avanzados de junio se están repartiendo las correspondientes calabazas en todos los colegios e institutos de enseñanza. Andalucía tiene una cosecha brutal, la más alta de toda España y una de las más altas de Europa. Y no hablemos de abandono escolar. Si este manicomio fuera un instituto, no quedaba un loco dentro. 

Todo eso se refleja después en una sociedad inculta, analfabeta, pasota, maleducada, poco preparada y con menos futuro. Pero aquí todo sigue igual, como si no pasara nada. Aquí lo que le interesa a la autoridad es el voto puro y duro. Y ¿quiénes podrían aportar algo para remediar situación tan catastrófica? Estoy seguro de que serían los maestros que se jubilan, es decir, los que despectivamente muchos llaman viejos creyendo que ellos nunca lo serán. 

Cuando los maestros se jubilan, nuestras queridas autoridades educativas les organizan un acto, en el que se les concede una medallita, un diploma y unos canapés en el mejor de los casos y, si te vi, no me acuerdo. Del tirón los mandan a casa; y allí los prefieren calladitos, no vaya a ser que con sus opiniones les compliquen la vida. Los deseos de muchísimos maestros de aportar su rica experiencia para mejorar la educación no servirán para nada. Todo lo que saben se lo tienen que comer con patatas fritas. Podrían aportar muchísimo, como aportaban en la antigua Roma los senex (de ahí la palabra Senado), porque son un auténtico lujo, desperdiciado por los que solamente piensan en los votos y en las pamplinas de actos calculados para la autopropaganda. Todo queda diseñado desde un despacho que huele a rancio, a no querer que las cosas cambien, a decretos y leyes que son papel mojado.

Al final, a los maestros jubilados los quieren convertir en la generación del silencio. Silencio, porque nadie los va a escuchar. Silencio, porque parece que ya dijeron todo lo que tenían que decir. Silencio, porque las que mandan son las tecnologías punta y de eso saben más los que acaban de salir del cascarón. Silencio, porque ya su misión exclusiva será ayudar a que sus hijos puedan trabajar, ir por los mandados, bregar con sus nietos y estorbar lo menos posible. ¡A que es normal que muchos nos hayamos vuelto locos!

Mientras tanto, en este fresquito junio, en los centros educativos calabazas van y calabazas vienen, cuando las calabazas grandes se las tendrían que llevar otros.

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