Difusas calcomanías de una era de infantilismo izquierdista mal curado. Del ‘
No pasarán’ al ‘
Sí se puede’ solo distan tres generaciones de ´
Quiero y no puedo’. Viernes, 1 de junio. Vítores en el Congreso a un regeneracionismo indignado, prendido a la gente, que reclamaba, a resultas de la primera sentencia del caso Gürtel, ante todo, un compromiso colectivo de honestidad.
Rajoy no se fue a hacer puñetas a la bancada de la nueva oposición popular por el mero hecho de que la aritmética de la moción de censura del socialista
Pedro Sánchez prosperara. Era más que eso. Al inmolarse sin ceder el testigo, sin aliviar la tensión interna con una dimisión in extremis, don
Mariano se comía, él solito, todos los marrones creados por coetáneos y antecesores de su misma filiación, encomendando su alma política, en el postrer momento de su despedida como presidente del Gobierno, al partido al que todo le debe y sin el cual nada habría tenido sentido. Del entramado de la corrupción
pepera institucionalizada en aquel decenio de descocado desarrollismo
aznariano, principiado en 1997 (que devendría fortuitamente por culpa de la guerra –línea de continuidad en términos macroeconómicos- en el
bambinismo progre y miope de
ZP, circunstancial paréntesis) al embarrancamiento ocasionado por el crack del estallido de la burbuja inmobiliaria (que nos pilló, a la mayoría, a contramano), predisponiéndonos incautamente a entregar de nuevo el poder estatal a doctrinarios del FMI y el BCE, es decir, a quienes consintieron/provocaron el delirium tremens hipotecario del populacho.
Dos realidades paralelas terminaban enfrentadas, confrontadas. La de la calle, unívocamente, en la exigencia imperativa de cambios. En cambio, el recientísimo mercadeo parlamentario en pos de la aprobación de los PGE 2018 en la cámara baja parecía conceder un balón de oxígeno al Ejecutivo. El PP creía haber insuflado estabilidad a la segunda mitad de la legislatura merced a su acuerdo con el PNV. Pero, a veces, el estado de opinión de una sociedad madura se impone al dictado de los conciliábulos. El PSOE se adelantó al resto registrando una moción de censura por higiene democrática que de fracasar condenaría a
Pedro Sánchez a su segunda muerte en apenas dos años. Ciudadanos, obnubilado por las encuestas favorables, convenía complacido en la inmediatez de una convocatoria electoral anticipada que caería en su boca como fruta madura. Podemos avanzaba, caso de decaer la primera, una segunda moción de censura instrumental al solo objeto de poner fecha a la cita con las urnas. Confiado en el mal menor de la abstención del PNV,
Rajoy favoreció la ágil tramitación de la moción, cavando sin saberlo su propia tumba. Cuando
Sánchez, haciendo alarde de pragmatismo, se avino a gobernar con los PGE que acababa de sacar adelante el PP, rompiendo así el obstáculo que impedía la adhesión del PNV a su propuesta, las huestes del presidente cuestionado/acorralado intentaron a la desesperada que el PdCAT se abstuviera a cambio de permitir que se constituyera como grupo parlamentario. Ya era demasiado tarde.
Este flamante y resurrecto
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, es perfectamente consciente de que la experiencia acumulada durante su travesía del desierto le sitúa en posición inmejorable, liberado de hipotecas internas aunque desde la firmeza de sus convicciones constitucionalistas, para desarrollar la segunda transición de este país. No será un periodo largo, porque dos años dan para lo que dan, pero sí necesariamente intenso: reforma constitucional, normalización de las relaciones con el gobierno legítimo de Cataluña, negociación de la nueva PAC post-Brexit, colaboración fluida en el seno de la izquierda real con Podemos y sus confluencias…
Pedro Sánchez, funambulista a la fuerza, desde el prodigio de su ‘más difícil todavía’, el primer presidente del Gobierno de España tras la muerte de
Franco al que no respalda el partido más votado, tiene la obligación de renovar en un pispas toda la estructura de poder político de la Administración General del Estado. Lo normal es que su Ejecutivo sea monocolor, 100 x 100 PSOE, pero no serían extraños determinados guiños a través de reputados independientes. ¿Y en Jaén? Infinidad de asignaturas pendientes: infraestructuras viarias que nos conecten a Europa y atraigan inversiones para transformarnos, de veras, en tierra de oportunidades. El PS de PS en La Moncloa trae de vuelta a Jaén al investigado
Fernández de Moya, que declara mañana ante el juez
Valdivia Milla por el caso Matinsreg. Sus leales desalojan a esta hora Subdelegación, su oficina operativa en la capital. ¿Quién suplirá a
Paqui Molina? ¿Un recalcitrantemente sanchista, tipo
Valeriano Bermúdez, o un moderado que nunca dejó de hablarse con
Paco Reyes?