¿Qué os puedo contar que supere en atención la moción de censura contra M. Rajoy o la dimisión de Zidane? Nada, pero quizás sea un buen momento para hablaros de mi primera experiencia con el onanismo o la primera vez que me emborraché y vomité gambas, pero creo que aún no tenemos suficiente confianza para ello. ¿O sí?
Junio. Mi vecino eructa. Sus hijos ríen. Su esposa, no sin cariño, le regaña. Miro el teclado y escribo: mi corazón se desangra. Me tiemblan las pupilas, me llora la piel. Me asomo a la ventana y sonrío. Regreso al salón y me derrumbo. Psicopatía de un viernes por la tarde tras los cristales. No soy Machado. Qué importa.
Un gato se recuesta entre las sombras de un muro casi derruido. Al lado, una farola sueña mientras espera, ansiosa, a que caiga la noche. Una frondosa maceta de geranios orina sobre el alféizar de una ventana. Mi mente emprende un nuevo viaje al pasado.
Ocurrió también en un mes de junio. Me adentraba, muy lentamente, en la adolescencia. Un pelillo por aquí, otro por allá. La voz me estaba cambiando y una nueva pasión invadía mi ser. Una revolución química y física daba la razón al gran Severo Ochoa. Viví mi particular y personal mayo del 68 hormonal. Por más que quisiera hilarla en verso, simplemente estaba tan salido que de esos años lo único que recuerdo perfectamente era mi ansia de fin de año por acabar con el suspense y contemplar el pezón de Sabrina. No me culpéis. Crecí en una sociedad retraída, sexualmente acomplejada, machista, reprimida, patriarcal, a dos rombos, en la que el sexo estaba silenciado y ligado al pecado. Una sociedad que iba con gabardina sin nada debajo. Y claro, de esa sociedad nacieron muchos seres como un servidor, enfermos. Enfermos obsesionados con ver una teta. No es que ya esté curado, pero estoy mejor, gracias.
Presente. Pedro Sánchez es presidente. Mi vecino recita el abecedario y llega hasta la ‘G’ eructando. Un monstruo el colega.
Mi hermano Nordin junto a uno de sus amigos, Javi, un agosto lejano en Benadalid, me mintió. Escuchaba la expresión pero no sabía qué significaba. Ambos me dijeron que hacerse 'pajas' era buscar un agujero en un árbol e introducir en él el pene. Poca broma ese colesterol.
Junio del siguiente año. En Tánger. Muchos edificios. Los árboles escasean. Nadie en casa. Raro. Era un piso pequeño con muchos hermanos. Veo una revista del corazón de mi madre. Es un número antiguo. En unas de las páginas hablan del último concierto de Isabel Pantoja (creo). Hay una foto. Ella saluda al público desde el escenario. Pose de reverencia. Brazos extendidos. Lleva un vestido escotado. Mis ojos se centran en el escote. Solo en el escote. Sudo, me siento nervioso. Me encierro en el cuarto de baño. En la puerta un miserable pestillo. Las puertas tienen cristales translúcidos. La luz del atardecer, distorsionada, crea un ambiente íntimo y cálido. Me siento en el váter. No tiene tapa, la cisterna no funciona y sobre el lavabo hay un pequeño mueble de espejos con una extraña pegatina... creo que de Hombre Rico, Hombre Pobre.
La adolescencia aflora. La infancia se remueve. No sé qué ocurre. Me dejo llevar sin censura. Le planto una moción a la inocencia. Me asusto pero siento placer. Concluyo. La culpa me juzga. La luz cada vez es más tenue. Cierro los ojos. ¿Qué ha ocurrido? Espero un rato… seguro que alguien va a entrar, empujará la puerta, el pestillo cederá a la tercera. Ese alguien será dios o vendrá en su nombre y me castigará. Dicen que me quedaré ciego pero siento que veo con más claridad. Quizás ese alguien entre con una factura, me pida dinero, porque lo primero que supe cuando descubrí que era más pobre que la bota que se zampó Charlot, es que lo bueno o está ya vendido o tienes que pagar por conseguirlo. Hasta las chocolatinas Mars o una onza de Maruja. No entró nadie... por fin algo gratis. Quizás repita, pensé. Jajajajajajaj.
Presente. Creo que sí tenemos confianza. Os lo he relatado. Los vómitos y las gambas para otro día. Isabelita pasó por la cárcel. M. Rajoy quizás caiga. Pero hoy es un gran día para hablar de emociones sin censura.
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