La Puntilla

S.O.S. Bebés robados

Margarita llevaba varias semanas observando el minucioso y concienzudo trabajo del equipo de arqueólogos que, en el camposanto de la ciudad de Cádiz

Publicado: 01/06/2018 ·
09:15
· Actualizado: 01/06/2018 · 09:15
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Autor

Jesús González Beltrán

Jesús González es doctor en Historia. Catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Cádiz

La Puntilla

La Puntilla es un análisis de la actualidad política, con especial referencia a El Puerto de Santa María

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Margarita llevaba varias semanas observando el minucioso y concienzudo trabajo del equipo de arqueólogos que, en el camposanto de la ciudad de Cádiz, buscaban evidencias de una verdad que los rituales funerarios habían silenciado y ocultado durante décadas. La excavación saca a la luz el contenido de una sepultura, en la que se distinguen diversos restos óseos y una caja, un ataúd, que extrañamente está vacío. A falta del análisis de ADN de todos los restos hallados y otras comprobaciones, para Margarita esa caja vacía significa mucho. Podría ser la confirmación de que sus dudas sobre la información que le dio el hospital, relativa a la muerte de su hijo recién nacido, empiezan a estar, más allá del sentimiento, racionalmente fundadas. Es el asidero en el que sostenerse tras 42 años de preguntas sin respuestas. Y es el apoyo para reanudar, proseguir y prolongar, el tiempo que sea necesario, su búsqueda, la de esa parte de su vida que se difuminó en forma de lutos.

El caso de Margarita no es único. En este país hubo un tiempo en el que bebés eran dados por muertos al nacer y, tras un embarazoso proceso administrativo registrado en nueve papeles, alumbraban un segundo nacimiento en familias extrañas. Personas concretas antepusieron a los códigos éticos una torticera interpretación de la caridad cristiana para decidir en qué hogar las criaturas iban a estar mejor cuidadas y tendrían aventajadas oportunidades de futuro. Actuaron como dioses, amañando la providencia, algunos de ellos con el agravante de pertenecer a instituciones religiosas, sin que ello resultara un freno para su soberbia. Sin olvidar que, en otros casos, estos violadores del destino operaban a impulsos meramente crematísticos, llenarse el bolsillo sin importarle el sufrimiento ajeno que generaban.

Las hipotéticas sospechas deben transformarse en indicios fehacientes y éstos, tras una ardua tarea, en pruebas incuestionables para poder acudir a una justicia que, además de ciega por definición, muestra una incorregible tradición de lentitud. Por ello, cuando un caso de bebé robado llega a los juzgados, debe soportar el interminable tiempo procesal, que alarga la desazón y la impotencia. La administración no se ha tomado este asunto en serio y es gracias a las personas voluntarias que colaboran con organizaciones como “S.O.S. Bebés robados”, el que se mantenga viva la memoria de las víctimas y un hilo, por muy débil que sea, de esperanza. Hasta que, de pronto, una caja vacía alberga un apreciable contenido simbólico. 

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