Sevillaland

La manzana de Ana

El ambiente en los pasillos del Congreso se llena de pasos arrítmicos y mensajes de móviles. La sentencia del juez dinamita las ruinas del partido de Gobierno

Publicado: 27/05/2018 ·
21:39
· Actualizado: 27/05/2018 · 21:39
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

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Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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El ambiente en  los pasillos del Congreso se llena de pasos arrítmicos y mensajes de móviles. La sentencia del juez dinamita las ruinas del partido en el Gobierno. Hay pleno, y la presidenta de la Cámara está al tanto del suceso por la marejada de emociones que se cuela en oleadas entre los escaños. No puede hacer nada, su cargo es un ‘jarrón’, y le duele que todos sus amigos de la época gloriosa, cuando ella no era todavía un adorno, vayan visitando calabozos con marca España.

Entonces la ve. Una anti sistema, una rebelde, una mujer joven sin lastre ni pasado y con nombre ruso. Se come una manzana.

La presidenta está cabreada y decide que no pasará como en aquel primer pleno, cuando una diputada dio la teta a su bebé a la vista, en su propio escaño. No se come aquí, diputada, largo a la cafetería, la reprende. La presidenta quiso añadir algo más. Es el día de María Auxiliadora, y lleva toda la mañana recordando su infancia. La presidenta, de nombre Ana María, desea gritarle a la joven política que cuide sus modales, que no apoye los codos en la mesa y, sobre todo, que la expulsará para siempre del cole como siga tan rebelde. Pero, ay, no puede.

No puede porque es tarde para ella, un dinosaurio político que contempla, esta  mañana de 24 de mayo, cómo un juez da las últimas paladas a la sepultura de los políticos que le enseñaron.

La presidenta se santigua a escondidas     -un gesto que realiza en la palma de la mano con el pulgar- para rogar por los condenados, ladrones de unos millones de euros. La avaricia es un pecado mortal, sí, aunque no más grave que la lujuria o la falta de modales. Sólo reanuda la sesión cuando la diputada guarda la manzana. La presidenta Ana María cree que su señoría va con mala fe, podría comer pera, o melocotón; pero no, una simbólica manzana.

Porque estos son así. Igual se besan dos hombres, dan de mamar sin cubrirse, o una tentadora señoría muerde una manzana, generando en cada crujido de la carne vegetal un repeluco adánico que culebrea entre los escaños conservadores, entre las piernas de ciertos diputados habituados al crujir de la madera al arrodillarse.

La señora presidenta despeja esos pensamientos. Busca argumento para hacer un juego de palabras que, con gracia, conecte la manzana con el chalet que se ha comprado el jefe de la frutal señoría, así lucirá eso que llaman reflejos parlamentarios y ayudará a los suyos, que siguen correteando por los pasillos entre alaridos. Pero nada. No se le ocurre nada.

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