Los primitivos encontraron en la roca su primer refugio. Después imaginaron su espacio vital en su solidez y excavaron dentro de ella nuestra primera arquitectura. De la misma manera, las ciudades precisaron amontonar construcciones para de entre ellas, obtener sus vacíos. Este principio de “ahuecar” la masa urbana es el que, en la ciudad antigua, genera las plazas más celebradas.
La ciudad tiene como proceso natural: la aglomeración, más o menos rápida y salvaje, según sean las necesidades de su población, real y expectante. El espacio urbano nace desde dentro, desde un tenso duelo entre lo privado y lo público. Si observamos los planos de atirantados, ensanches o nuevos trazados como el de calle Larios, en los que se superponen líneas de las propiedades previas con las nuevas alineaciones, es fácil imaginar que en su momento, hubiese “algo más que palabras” entre administrados y reguladores.
El Siglo XIX dejó tres hermosísimas huellas sobre la traza de Málaga: la Plaza de la Merced, el Salón de la Alameda y la Calle Larios. El XX, sobre una mancha cinco veces más grande, ha dejado tres "vistosas" líneas rectas: la carretera de Cádiz, la prolongación de la Alameda y un nuevo paseo marítimo dónde antaño hubo fábricas e infravivienda obrera.
Si nos subimos a ese avión privado que todos podemos pilotar desde la pantalla de nuestro ordenador conocido como maps y "nos venimos arriba" veremos dos manchas muy distintas dentro de una misma masa-ciudad. Desde el vuelo bajo, la cosa pinta muy distinta a un lado y otro de la mal llamada ronda que realmente es nuestra principal avenida: Martin Carpena - Valle Inclán.
Mientras de un lado se distinguen vías bien definidas y anchas, del otro se extiende una mancha abigarrada e impenetrable, cuya única línea legible la dibuja el agua del río, en línea norte-sur, camino del mar. Una es la ciudad planificada de Teatinos-Polígonos, la otra es la Málaga histórica hasta el 92.
Hace falta algo más que regular tráficos y pavimentar, para poner nuestra ciudad en el Siglo XXI. Realmente hay hoy muy pocos caminos, que unan barrios y pobladores entre el Guadalmedina y las faldas de la cadena Gibralfaro-Los Montes, pocos caminos dignos de pasearse, que deriven gentes desde el interior a las playas que no sean arroyos.
La Málaga histórica vista desde arriba es como una roca que, con decisión y firmeza debe seguir siendo excavada. Muchos pensamos que la reforma interior es asignatura pendiente en el urbanismo malagueño. La ciudad libre es una máquina empujada por todos que precisa de un capitán con espada corta y mirada larga.
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