Dos botes de crema

Publicado: 26/04/2018
Autor

Rosa G. Perea

Rosa G. Perea es escritora. Es cofundadora del Club de Lectura del Ateneo de Sevilla y editora en Almuzara

La Gatera

Como escritora, editora y colaboradora en medios de comunicación, Rosa G. Perea habla de todo, predominando la cultura

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En el año 2007, con nuestras caras de sueño y nuestros pasaportes en la mano, íbamos a pasar el control del JFK con toda tranquilidad. No era la primera vez...
En el año 2007, con nuestras caras de sueño y nuestros pasaportes en la mano, íbamos a pasar el control del JFK con toda tranquilidad. No era la primera vez, y aunque la seguridad en Estados Unidos es muy estricta desde el 11S, tampoco es para tanto. O eso pensaba. 

Mi hermana pasó sin problemas. Pero cuando vi que el policía abría mi pasaporte y me miraba repetidamente, empecé a mosquearme. Pero ya cuando me dijo que me esperara e hizo gestos a un compañero para que viniera, el mosqueo pasó a vestirse de preocupación. 

Una amable, pero enérgica, policía me pidió que le acompañara a una sala que había justo al lado. Mi hermana se acercó y la policía le explicó en un correcto español, que había un problema con mi pasaporte y que hasta que la Interpol comprobara mis datos tenía que esperar allí, pero sola.   

¿La Interpol? ¿Eso que sale en las películas? ¿Pero eso existe para gente como yo? ¿Editoras cuarentonas (entonces) sin más pretensión que pasar unos días en la ciudad de los rascacielos, y como mucho comprar una imitación de Chanel en China Town...? 

Allí en aquella sala estuve más de cuatro horas, hasta que la Interpol mandó un fax diciendo que yo no era un narcotraficante colombiano. Resulta que Rosario (que así me llamo) García es un nombre muy común en este gremio. Y además un nombre que se le impone a los varones. Y eso de que servidora fuese mujer con un pasaporte español, pero con nombre de narco, pues no le gustó al policía, y de ahí la anécdota. 

Les cuento esto, porque en aquella sala había cámaras. Cámaras que me grabaron sentada en la zona de los investigados, que después me grabaron sentada en una pequeña habitación donde se interrogan a los detenidos, cámaras que me grabaron custodiada por una mujer policía yendo al baño (que cuatro horas, son cuatro horas). Con mi cara de sueño primero, de enfado después, y de miedo al final. Cámaras que grabaron un momento feo de mi vida. Y que aunque han pasado más de diez años, nadie me asegura que mañana, si me presento a presidente de la comunidad de mi bloque, un vecino (mi hermana mismo que lo es), lo mande a un periódico para dinamitar una fulgurante campaña política en las administraciones de vecinos. 

Eso sí, yo el título de mi master lo tengo a mano, por si acaso.

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