José Luis Gil, un actor que llena de humanidad a sus personajes, hace un Cyrano digerible, claro y divertido. Muy teatral. Decididamente distinto, por ejemplo, al Cyrano que Gerard Depardieu encarnó en el cine en una película de los años 90. Porque la obra de Edmond Rostand es teatro/teatro. Un hombre terriblemente enamorado que crea los versos más hermosos para que los diga otro a la mujer, Roxana, de la que ambos están enamorados. La obra trata sobre el amor, la amistad, la lealtad, el triunfo, el fracaso, y la valentía. Es decir, sobre la vida. Sin mayúsculas, salvo en lo referente al amor. De una manera fluida y, a veces, sobrecogedora. Y muchas veces con humor.
“Te quiero… Nunca he estado enamorado de ti…”, le dice Cyrano, fatalmente herido, poco antes de morir, a Roxana, cuando ella ha descubierto ya que ese hombre de nariz descomunal es el autor de los versos sublimes que equivocadamente le habían hecho amar a otro hombre “de mejor planta”.
Cyrano es también una obra sobre el amor y la necesidad de luchar hasta el final. Cyrano no tolera que se hable de su nariz, pero es un hombre valiente. El mejor con la espada. Capaz de enfrentarse simultáneamente a decenas de enemigos con el acero y terminar, únicamente, con un rasguño en un brazo. Teatro/teatro, ya está dicho.
La obra se estrenó en París el 28 de diciembre de 1897 e inmediatamente se convirtió en un clásico pese a sus prolegómenos insólitos. El autor, Edmond Rostand, era un hombre inseguro. Y minutos antes del estreno no tuvo mejor idea que irrumpir en el camerino de Coquelin, primer actor de la Comedie Francaise, para pedirle perdón por haberlo embarcado en lo que él consideraba la desafortunada aventura de Cyrano de Bergerac, una obra que él creía condenada al fracaso. Pero aquel estreno constituyó un éxito absoluto.
Y en el teatro Reina Victoria de Madrid, donde ahora se representa ‘Cyrano…’, el público aplaude en varios momentos de la representación, entregado a la excelente interpretación, sobre todo, de José Luis Gil. El director, Alberto Castrillo Ferrer, mueve con pulcritud la obra, haciendo que prevalezca lo esencial en el teatro: la palabra y el actor. Y el verso, con versión de Carlota Pérez Reverte, llega al espectador fluido y brillante, en esta obra, ‘Cyrano de Bergerac’, que es una metáfora colosal sobre el amor y la poesía, un sensacional homenaje a la palabra.
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