El Jueves

Ya queda menos

En el móvil seguían sonando los acordes de la Centuria Macarena. Como por arte de magia...

Publicado: 07/03/2018 ·
23:09
· Actualizado: 07/03/2018 · 23:09
Publicidad Ai Publicidad Ai Publicidad Ai
Autor

Miguel Andréu

Miguel Andréu es comunicador y escritor. Actualmente, director de Andréu Comunicación

El Jueves

Este blog aborda temas generales de actualidad, preferentemente de interés local en Sevilla

VISITAR BLOG

Contempló que sobre sus apuntes de Química habían caído unas minúsculas partículas grises y por un momento pensó que aquel examen le estaba trastocando más de lo que podía suponer. Sobre el escritorio de su habitación, cuando acababa el reloj de marcar las dos y media de la madrugada, repasaba una vez más aquella formulación que tanto se le atragantaba para el examen de mañana y en el que se jugaba relativa tranquilidad estudiantil.

En el móvil seguían sonando los acordes de la Centuria Macarena. Como por arte de magia, entre simbología de ácidos y anhídridos, se le vino aquella frase a la memoria: “Ya queda menos…”. “¿Y por qué ahora?” se preguntó, para añadir “debiera estar prohibido”. Y se conjuró para afirmar que si algún día se dedicaba a la enseñanza, sería benévolo en las fechas de los exámenes con los alumnos que, como a él, a tan sólo días de la Semana Santa, ya le olían las manos no a azahar sino a cera de Bellido.

Eran algunos los exámenes que aún le quedaban antes de que la primera estuviera en la Campana y con el grupo de amigos del Instituto había jurado solemnemente que el Viernes de Dolores sería día completo de rabonas, para ir a ver… ¿qué? ¿qué verían, si las Iglesias a esas horas de la mañana solían estar cerradas? “A respirar Sevilla”, dijo uno de ellos. Pues sí, a eso irían.

Conforme pasaban los minutos su concentración en lo necesario -que no lo importante- era menor. Había llegado ya el momento de cortar, porque ahora sí que las Legiones de Roma y los aromas de Santizo habían vencido a Melvin Calvin, Alexander R. Todd y Theodore William Richards, aquellos que sabrían mucho de teorías químicas pero poco de incienso, la fórmula magistral que él sí que conocía.

Salió de su dormitorio, en el silencio de la noche, y se dirigió a la cocina. Quería acabar antes de dejarse caer en brazos de Morfeo, dándole la espalda al hidróxido de cal y al sulfuro de zinc y echadlos a pelear con otra mezcla de elementos. Con la lentitud que se le imprime a las cosas importantes, tomó un plato y una cucharilla. Y de forma solemne, aparta el papel de plata que cubría la fuente. Ese era el mejor final, la mejor formulación que ni siquiera Alfred Nobel hubiera podido imaginar.

Mientras saboreaba el último bocado de la torrija y la miel le rodeaba cada una de las entrañas de su paladar, su pensamiento se fue de nuevo a la frase que tanto había repetido durante el día: “ya queda menos”. Si mañana no había un poco de suerte, ya habría tiempo más adelante para recuperar su examen de Química. Ahora quería soñar. Soñar con la primera en la Campana. 

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN